La huelga: debate en el bar
El viernes posterior a la huelga del pasado 14 de noviembre, entré en un bar con el fin de echar un vistazo a la prensa. En la mesa de al lado, a menos de medio metro de la mía, se encontraba un grupo de jóvenes en animada conversación que versaba sobre la referida huelga general. Digamos que la edad de los contertulios rondaba los veinticinco años, siendo dos chicos y tres chicas.
En mi disposición a ojear el periódico se interpuso la constante y, a veces, vehemente discusión de mis vecinos de mesa, adoptando todos sin exclusión la postura de crítica feroz hacia los sindicatos, dicho así a lo bruto. Al no poder prestar atención al diario entre mis manos, casi por obligación, escuché los distintos argumentos que se exponían. Hay que decir que algunas posturas eran de lo más peregrinas, como el de insultar al sindicato entero porque un manifestante impidió que una mujer se bebiese su cortado en un bar que no había cerrado por la huelga. Por supuesto se defendió con ardor el derecho de las personas a trabajar en la jornada de huelga, ¡faltaría más!; se esgrimía por uno de ellos, cuyo acento le delataba como argentino, uruguayo o por ahí, que toda concentración de masas en la calle es ideológica (?), ¡bravo!, este chico se ve que no vio, en nuestro país, el entusiasmo en la calle vitoreando a nuestra insigne selección ¡la roja! al ganar el mundial de fútbol: ¡ideología pura y dura!
Sigo. En el foro abierto, cada cual se despachaba a gusto demonizando la famosa huelga, repitiendo los eslóganes trillados una y otra vez por los medios informativos tales como: que causan un daño a la imagen de España, que se pierden no sé cuántos millones de euros ese día, que si los piquetes son verdaderos ogros, que los comercios y bares estaban abiertos y todo parecía normal (otro día hablaré de este asunto), que los sindicatos querían protagonismo, los liberados son unos sinvergüenzas y chupan del bote, que al día siguiente de la huelga nada había cambiado (¡qué ingenuidad!) , toda esta retahíla ya conocida y repetida hasta la saciedad. En fin, un coro bien orquestado, el de mis vecinos y vecinas de bar, que no desperdiciaron ocasión para atacar a los sindicatos: verdaderos causantes de la crisis, como sabemos muy bien.
No seré yo quién ponga la mano en el fuego por todos los sindicalistas, tampoco por los periodistas, los maestros, los médicos, los camareros, las enfermeras, las abogadas, las dependientas, las arquitectas Aquí, como todo en la vida, que cada palo aguante su vela. Se dice, y es verdad, que a las manifestaciones contra la crisis acude más gente que a la huelga. También es verdad que hay muchas personas que, literalmente, no pueden hacer huelga porque su situación en la empresa es tan precaria que peligra su puesto de trabajo, así se las gastan algunos empresarios; además, es menos comprometido ir a una manifestación o concentración que hacer un día de paro, porque te significas ante los demás y encima te quitan parte del sueldo. Esto también. Sin embargo, la reflexión que planteo, fruto de una conversación al azar en un bar cualquiera, no es si la huelga es lo más aconsejable o no, sino la actitud de los jóvenes. Estoy convencido de que hay otros métodos de protesta, no tan gravosa para el bolsillo y que pueden aglutinar a más personas, pero , sinceramente, teniendo en España un paro juvenil superior al cincuenta por ciento, resulta chocante oír de forma socarrona la opinión de unos jóvenes que viven en sus carnes el expolio del trabajo y la servidumbre ante sus padres que, a la fuerza, los mantienen, sin perspectiva de trabajo y un horizonte negro como el azabache.
Después de un rato escuchando a mis vecinos, entre el pasar de hoja y hoja del periódico, me levanté, pagué mi café y antes de salir les pregunté a los cinco si trabajaban, respuesta: NO. Solamente uno de ellos tenía un trabajo eventual. ¡Magnífico! Los parados arremetiendo contra quienes, con todas sus lacras, sus limitaciones, su burocratización, sus egos, sus contradicciones, sus problemas internos , aún con todo esto, los siguen apoyando, los sindicatos, el último valladar ante el Estado y la gran empresa. Hay una pancarta viajera que dice:Si crees que la educación es cara, prueba con la ignorancia. Pues bien, copiando la fórmula, diría: Si crees que los sindicatos son prescindibles, prueba con la negociación a pelo con la patronal.
Maruja Torres, en el País Semanal del 25 de noviembre: Nuestros nazis llevan trajes de marca, y nuestros campos de concentración se llaman desempleo, desahucio y deudas. El deber de resistir y plantar cara debe atravesar la sociedad. Queda dicho.