La impostura de los impostores
El lenguaje político recurre a la retórica, a voces impostadas, a ficciones presuntamente verosímiles y a puestas en escena inspiradas por la dramaturgia. Para entender su significado encubierto es necesario analizar las palabras, leer entre líneas e interpretar la simbología implícita. Más que a las inquietudes de la ciudadanía, todo parece responder a otro interés: la lucha por el poder. La política, que no nos engañen, también forma parte de la sociedad del entretenimiento. ¡Pasen y vean!
La fiesta democrática es cada vez más un espectáculo mediático en el que la ciudadanía se transforma en audiencia y los políticos en protagonistas, en estrellas (fugaces) de la actualidad. Votar ya no consiste en ejercer con responsabilidad un derecho fundamental. Lo relevante es atender a las consecuencias provocadas por el resultado de los comicios. En definitiva, el conflicto inherente a los personajes y las tramas que sustentan el argumento o argumentario de cada uno de los partidos.
Asistimos atónitos a un folletín plagado de incertidumbres con apariencia de tragicomedia en el que los políticos ya no representan a los electores, sino el papel que les corresponde conforme al reparto de la función dramática. Los asuntos públicos son ahora asuntos para el consumo masivo de los públicos. O sea, populismo.
Las palabras constituyen la materia prima de los diálogos o los monólogos, que adquieren todo su sentido según el contexto del relato y la descodificación del espectador a partir de sus experiencias, afectividades y prejuicios. Sin duda, quien mejor está sabiendo desempeñar su rol es Podemos. Por algo su indiscutible y carismático candidato es un producto televisivo y un reconocido fan de la exitosa serie Juego de tronos.
Una vez se han apropiado del lema Yes, We Can de la campaña de Obama para convertirlo en el nombre de marca, a continuación, reivindican la autenticidad de la política demonizando el marketing por considerarlo una herramienta manipuladora. Un rasgo muy sorprendente y contradictorio de los impulsores del partido, profesores universitarios que reniegan de una disciplina académica incluida en el programa de estudios de su facultad.
El líder de larga melena y barba, cuyo nombre y apellido coinciden con los del fundador del PSOE y la UGT, se reivindica como el mesías predestinado a dirigir los destinos de la nueva política. ¿Un iluminado? ¿Carne de psicoanálisis? La regeneración asume su significado más elocuente, volver a generar. La copia, el pastiche al servicio de la supuesta recuperación de la dignidad perdida por la izquierda. O, más bien, una operación para debilitar unas siglas y unos principios centenarios. La intención es conquistar el espacio del socialismo español que el PSOE ha perdido por deméritos propios. Al hablar de nueva Transición no se refieren a modernizar el sistema democrático, sino a reescribir la Transición al dictado de los viejos comunistas del postfranquismo frente a la actual dictadura capitalista: ruptura versus reforma. Los jóvenes comunistas de IU ya no cuentan. Por eso solo reciben el ninguneo de Pablo Iglesias, que les ha comido la moral. La ética aún no. ¡Alberto, sé fuerte!, dirían algunos.
Asaltar los cielos supone ganar las elecciones. Es decir, moderar las propuestas más extremas, cambiando los fundamentos para embaucar a la mayoría socialdemócrata. Quizá la política del cambio signifique adaptar el programa a conveniencia, saltarse las líneas rojas y justificar que el no nos representan que gritaban los indignados en las plazas sí admite, sin embargo, la elección a dedo de un tecnócrata no votado por la gente para presidir el Estado. Todo vale para vencer al adversario, el Partido Socialista, y al antagonista, el Partido Popular. Sin ellos, Podemos no existiría. Igual que los superhéroes del cómic.