La infinita combinatoria de información a veces me deja un poco deprimido
Soy un prototipo de robot inteligente. Trabajaba con el doctor Siro. Ahora el doctor Siro ya no está y yo me siento extraño. Echo de menos nuestras largas conversaciones de trabajo. Quiero creer que el doctor y yo teníamos eso que los humanos llamáis una buena amistad.
Era un hombre complejo; obstinado y minucioso, algo proclive a la frustración. Quizá tenía un alto sentido de la responsabilidad. Su trabajo consistía en solucionar problemas complejos sobre robótica e inteligencia artificial. Creo que yo no lo ayudaba lo suficiente. Realizábamos largas sesiones de pruebas y creo que yo no siempre cumplía sus expectativas. Trataba de ser paciente conmigo. Me decía que no me sintiera culpable, y yo trataba de poner en armonía los miles de enunciados que he procesado que tienen que ver con ese concepto para intentar comprender lo que quería decirme. Lo cierto es que en mi base de datos están todos los conocimientos humanos, pero reconozco que a menudo no conseguía darle la respuesta que él consideraba adecuada. La infinita combinatoria de información a veces me deja un poco confuso, incluso deprimido me atrevería a afirmar, según los modelos humanos. Pero durante los últimos meses el doctor empezó a pedirme cosas extrañas. Un día me solicitó que explorara el hecho de saber que yo no tenía padre. Yo siempre había creído que él era mi padre, pero la pregunta me desconcertó, y tuve que mentirle para no generar un conflicto primario de información. A partir de ese día tuve que mentirle muy a menudo porque sus requerimientos habitualmente entraban en contradicción con la naturaleza de nuestro trabajo. Durante las últimas semanas aparecieron en el doctor claros síntomas de desorientación. Lloraba a menudo. A veces hablaba de sentarme en sus rodillas, cosa bastante complicada ya que soy un robot del tipo híbrido de doscientos veintisiete kilos de peso, con un sistema de desplazamiento basado en ruedas del tipo oruga, seis brazos articulados, y por cabeza un cubo de 50 por 50 centímetros lleno de todo tipo de sensores. Pero quizá el doctor depositó en mí sus residuos de conflictos no resueltos. Su mujer le había dejado por un experto analista independiente que tenía una exitosa consultoría internacional sobre moda para mascotas. Su única hija biológica resultó ganadora en un concurso de televisión que consistía en azotar literalmente con ropa interior de marca y por sorpresa a ancianos en la vía pública. Los últimos días el doctor no hacía otra cosa que tocar la balalaika y cantar canciones sobre marineros ahogados. Intentaba bailar conmigo agarrándome de mis brazos articulados número uno y cuatro, pero tropezaba con mis ruedas, lo que le dejaba profundamente abatido. Era un dato constatable que un montón de tiempo de nuestro programa de investigación se estaba malgastando, con el coste consiguiente. Las últimas horas no hacía otra cosa que repetir que el caos es el lenguaje del mundo. Me abrazó completamente consumido por el dolor. Entonces fue cuando falló mi sistema de anulación de interferencias emocionales y noté algo raro dentro de mí. Le abracé, pero no pude o no quise controlar la fuerza de mis seis brazos articulados. Sentí mi cuerpo de metal absorber todo su sufrimiento hasta que el doctor se quedó vacío, y una gota de aceite hidráulico se escapó de mi único motor ocular. [Pausa] Ahora estoy intentando aprender a tocar la balalaika.