Abandonad toda esperanza

La inglesidad

Abandonad toda esperanza, salmo 242º
En su prólogo a la novela ¡Menudo reparto!, que resulta tan divertido e ingenioso como lo que sigue -lo cual no es moco de pavo-, Kiko Amat afirma que en el caso de ser escritor o músico pop la inglesidad es una condición que ayuda a la hora de desarrollar tanto un sentido del humor socarrón como un "descreimiento existencial patológico". De todo ello, inglesidad incluida, anda bien servido Jonathan Coe, al que servidor conocía de oídas y del que por fin he podido leer esta joya tan deslumbrante que me extraña mucho que su autor no se rindiera ante la imposibilidad de llegar a su altura y pudiera seguir escribiendo más.

Los que somos pobres tendemos a pensar, por pura envidia cochina, que los ricos son tipos despreciables que han amasado sus fortunas pisando a todo aquel que se haya cruzado en su camino. Intuyo pues que por aquel entonces Coe era mucho más pobre que ahora, porque cuando coge por banda a la aristocrática familia Winshaw los pone de vuelta y media describiéndola como "una familia de criminales, cuya riqueza y prestigio se basaban en toda clase de estafas, falsificaciones, latrocinios, asaltos, robos, fraudes, fullerías, artimañas, pillajes, saqueos, malversaciones, expoliaciones y desfalcos". Y para demostrarlo urde un novelón -casi seiscientas páginas que se leen en media docena de viajes en tren con la sonrisa inevitablemente dibujada en el rostro- que arranca como una sátira social que no disgustaría a su compatriota Martin Amis y que culmina con un whodunit festivalero al más puro estilo de otra británica ilustre: Agatha Christie; un puzzle monumental donde todas las piezas acaban encajando, de la actriz Shirley Eaton al astronauta Yuri Gagarin pasando por la mismísima dama de hierro Margaret Thatcher; una novela soberbia que deben leer a la voz de ya les gusten o no el té y las chocolatinas de menta.

Creo que Amat lleva razón: como ejemplo de músico nacido en las islas que sabía bastante de ese descreimiento tenemos a Ian Curtis, vocalista de Joy Division: coetáneos de los Sex Pistols y precursores del rock gótico de los 80, conmocionaron la escena musical de entonces... pero el talante depresivo del cantante, empeorado por un fracaso matrimonial y continuos ataques de epilepsia, lo llevaron a suicidarse a los 23 años. Fascinado por la figura de este poeta maldito del rock, el fotógrafo Anton Corbijn eligió para su debut en la dirección cinematográfica llevar a la gran pantalla las memorias de su viuda: el resultado fue Control, película espléndida con un Sam Riley transmutado en la viva reencarnación del cantante fallecido, y que he podido recuperar hace unos días.

Ahora mismo Corbijn vuelve a estar de actualidad porque estrena su segundo largo, El americano, con George Clooney dando vida a un asesino profesional de una frialdad y meticulosidad que ya quisieran para sí el samouraï Alain Delon u otros personajes típicos del polar francés. Lejos de ser un artista caprichoso con ínfulas de genio renacentista, Corbijn se consolida como un director de raza; y Clooney, como siempre, demuestra que es uno de los pocos actores actuales con un carisma comparable al de las estrellas del Hollywood clásico. Y lo hace con una flema y una distinción, en definitiva una inglesidad, que más que El americano la película parece que debería haberse titulado El inglés.

¡Menudo reparto! está editado por Anagrama; El americano se proyecta en cines de toda España.

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