La madre de Berenice tenía las bellas proporciones geométricas de un sueño
La madre de Berenice era la mujer de cuarenta y cinco años más hermosa que jamás había existido en la ciudad. No era que aparentara tener menos años, era que tenía las proporciones de un sueño, con los rasgos esculpidos de acuerdo a todas las reglas de la geometría y la belleza, pero no una belleza de esas que con facilidad denominamos de guapas, sino una deslumbrante elegancia cuya absoluta mesura solamente pueden poseer los cuerpos iluminados por completo de verdadera identidad.
La madre de Berenice te hacía replantearte tu vulgar condición al descubrirte delante de ella, al contrario que esas mórbidas adolescentes que parecen bollitos hidrogenados que ya dejan traslucir su inminente descomposición y que parecen reclamar ser mancilladas con ansiedad antes de despeñarse por la triste mortalidad. [Pausa.] De algún modo, al mismo tiempo que se iba acercando a los cuarenta y cinco años y se iba transformando en la representación ideal de una mujer de esa edad, todos en la ciudad fueron asumiendo con sencillez su naturaleza de diosa sobre la tierra. [Pausa.] Berenice es mi amiga. Y ahora, que se acerca el primer aniversario del día en el que se consumó el deshonor, no puede evitar verse afectada y contrariada, por mucho que yo la consuele. [Pausa.] Ocurrió en primavera, un sábado bastante caluroso. El hombre entró en la casa, que está a las afueras de la ciudad, por la puerta trasera, abriéndola con una ganzúa o algún tipo de llave maestra, y accedió a la habitación que hace las funciones de almacén, trastero, despensa y cuarto de la limpieza. A continuación está la cocina, donde en aquel momento la madre de Berenice preparaba una ensalada Waldorf. El hombre arroyó a la madre de Berenice por detrás, le levantó el vestido y la arrojó sobre la mesa de la cocina sin darle la vuelta. Era evidente que pensaba que ella estaba sola, porque no intentó ahorrarse ninguna violencia o grito de amenaza. Pero yo sí estaba cerca, porque me gustaba aproximarme a su casa cautelosamente y contemplar a la madre de Berenice a través de la ventana de la cocina, con sus gestos armoniosos y dulces, preparar la comida. Pero lo que yo vi aquel día fue a la madre de Berenice encontrarse con mi mirada con una tristeza infinita y a aquel hombre embistiéndola por detrás con furia diabólica y un vocabulario soez al tiempo que le apretaba el cuello con ambas manos. Rápida pero silenciosamente rodeé la casa y entré por la misma puerta que había utilizado el hombre y se había dejado abierta. Cogí del cuarto trastero un mazo que había en el banco de herramientas y me acerqué a la puerta que daba acceso a la cocina. Y entonces vi al hombre arrodillado y agarrando de frente y como podía el cuerpo sin vida de la madre de Berenice, un hombre abatido que lloraba desconsoladamente al observar aquella cabeza sin vida, que seguía teniendo un aura de divinidad indescifrable a pesar de los ojos abiertos y huidos. Aquel hombre había sido fulminado espiritualmente, y a continuación yo me encargué de terminar de fulminarlo físicamente con el mazo. [Pausa.] Berenice viene a visitarme todas las semanas a la cárcel. Hablamos del mundo después de su madre, e imaginamos que ella está en algún lugar sagrado viviendo entre iguales.