Barrios

La mejor uva de la historia

1466-2016. 550 años atrás. Imaginemos cómo sería Villena y sus partidas en aquella época: muchas delimitaciones modificadas; lo que entonces eran Castilla, Aragón, el Marquesado, hoy son otras fronteras, invisibles, aunque parecieran más infranqueables a veces. Poco queda de los paisajes salvo la silueta de los montes, algunos ya pelados. Lagunas, lagunillas, ríos, riachuelos, ramblas y pozos yacen hoy, cuando no secos, casi. Pocos robles, fresnos o encinas quedan en los pocos bosques que todavía nos rodean. Hoy ya no hay ciervos, ni osos, tampoco linces ni barbos. No se cultiva ya el arroz o el cáñamo, ni se crían gusanos para la seda. Los enormes y largos trigales, se han convertido en manchas de hierba corta, uniforme.
Los olivos, entonces de cruz alta, para que el caballo pudiera acercarse por debajo, son hoy chaparros, cuando no están juntos en hilera, como al montón. Aunque, es cierto, algunas oliveras quedan que parecieran haber dado parte al primer Marqués de Villena. Todavía quedan menos, pequeños y grandes bancales, de árboles nudosos, altos olivos con aspecto de sabios amenazados de arranque, en muchos casos, por la exigencia de producción del mercado.

Hay que producir mucho más y mucho más rápido que entonces, los olivos se recolectan con ruidosas máquinas, muy eficientes, pero que, de alguna manera, han ensordecido en el pasado los chistes y las charletas que se llevaban a cabo durante la cosecha de aceituna. Hay quien todavía la recoge sin ningún tipo de máquina, pero seamos francos, están en peligro de extinción.

La vendimia
La vendimia se hace igual hoy que en 1467. La fórmula sigue siendo la misma. Es cierto que en los emparrados hay también magníficas máquinas que cosechan un bancal en menos que canta un gallo, y que, aún cuando se vendimia a mano, la uva la transportamos en tractores muy veloces comparados con la velocidad que alcanzaba un burro. Pero se vendimia a mano, y con la fuerza del riñón, que diría un temporero. Y lo que se vendimia a mano en Villena es uva monastrell.

Aparte de los agricultores, los campesinos, los temporeros, sólo las viñas permanecen desde entonces y dentro de estas, sólo la monastrell estaba y hoy pervive. Entonces convivía con la también tinta Garnacha y la Verdil blanca, abundantes en otras épocas, y que hoy, de la primera quedan cuatro cepas, y de la segunda que es autóctona de esta ilustre ciudad, es oficial, no queda ninguna parcela cultivada.

Salta la sorpresa cuando pensamos que nuestro punto de unión con un paisano de los tiempos de Diego López de Pacheco, es una copa de vino monastrell, un fondillón. El fondillón se elabora prácticamente igual entonces y hoy. Se utiliza la misma uva a la que se deja madurar para que concentre azúcares, algo que se hacía entonces para que el vino tuviera más alcohol y pudiera soportar los rigores del verano. Es recordable, en este punto, que el fondillón fue en aquellos años el primer vino que, por esta fortaleza frente al calor, dio la vuelta al mundo en las bodegas de Juan Sebastián Elcano. Es además de nuestro, como vemos, un vino muy ilustre, y con mucha historia.

Andamos tantas veces intentando encontrar nuestras raíces y hemos dejado casi perder lo más evidente. Digo esto porque aunque el fondillón vivió su época durante el siglo XV y sobre todo el XVI, cuando es mencionado por Shakespeare, Cervantes, Alejandro Dumas, reyes de Francia, Inglaterra o España, donde vive cuatrocientos años de esplendor como producto de lujo hasta la llegada de la filoxera a principios del XX –que casi se lleva consigo la monastrell y por lo tanto el vino que ésta producía–, el fondillón es ahora considerado casi un vino de museo. Está en proceso de recuperación, y se está trabajando en ello, pero no vive su mejor momento. Sólo ocho bodegas de Alicante lo producen, tres de Villena.

No así la uva que lo produce, que ha sabido adaptarse a estos tiempos nuestros tan exigentes en cuanto a las necesidades del consumidor. La variedad monastrell es la cuarta en extensión de cultivo en España y la mayoritaria en el término de Villena. Es nuestro patrimonio. Y protegerlo es muy fácil. Con un pequeño gesto, tomándonos una copa de vino de nuestra tierra, un monastrell de Villena, tenemos al alcance de la mano muchas cosas. Podemos conectar con el pasado, proteger nuestro paisaje, nuestra economía, la vendimia, nuestra identidad, al fin y al cabo. La monastrell es parte de nuestra historia y está viva, hace 550 años y ahora.

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