Apaga y vámonos

La paradoja del agua

Lo del agua en este país comienza a ser de chiste, señora, proporcionándonos a quienes seguimos al tema con cierto interés desde tiempo atrás innumerables argumentos para hilvanar columna con columna asistiendo, perplejos, a ese espectáculo on-line que hemos dado en llamar política.
No se piensen que el pleito es pequeño: ya en 1420 tenemos constancia –gracias, Mateo, por la parte que te toca– de que Elche solicitaba agua del río Júcar, y desde entonces existe una multitud de proyectos, estudios y planes destinados a resolver la deficiencia estructural de agua del sudeste español, una de las caras de una deficiencia mayor que afectaba y afecta al conjunto de la península ibérica. En definitiva, la cuestión de la política hidrológica, aunque en palabras de Ignacio Camacho será como mucho hídrica, porque de lógica tiene poco. Y es que pasan los años, pero España sigue igual, hablando sobre los pantanos y entretenida ahora con el sainete del Ebro, que últimamente nos ha regalado dos divertidos capítulos: el sí-pero-no-aunque-quién-sabe del PP en la última campaña electoral y lo de ahora, lo del Segre y Cataluña, que no sabría yo cómo llamarlo.

Volviendo a Camacho, daría risa si no diese pena. Sería motivo de chiste si no lo fuese de indignación. La antitrasvasista Cataluña del tripartit se muere de sed mientras el Ebro se desborda, así que no le queda más remedio que reclamar un trasvase desde el río Segre, cosa que el Gobierno debe prohibir porque se ha definido a sí mismo como igualmente antitrasvasista, por mucho que esgrima el Júcar-Vinalopó como la prueba contraria. Así que para Cataluña, lo mismo que para la Comunidad Valenciana y Murcia: desaladoras, lo cual no deja de ser gracioso, porque pone de manifiesto que, los enemigos de los trasvases, cuando necesitan agua, lo primero que proponen es un trasvase, una gran paradoja si no fuera porque las hay más gordas, ya me explicarán si no cómo es posible que el Gobierno que apuesta por la desalación no haya construido ni una sola nueva planta. Alguna hay en marcha, reconozcámoslo, pero de momento la solución es mandar agua a Barcelona en barco desde la desaladora de Carboneras, en Almería.

Exacto, señora, en Almería, la mejor postal de la España seca, tan seca que hasta allí llegaba el agua del Ebro cuyo trasvase derogó ZP a instancias de los partidos políticos catalanes, es decir, primero le negamos el agua del trasvase y ahora le toca dar agua a quienes antes se la habían negado, en un curioso ejemplo de eso que algunos llaman cohesión nacional, aunque más bien parece solidaridad unilateral a falta de mejor término. Paradójicamente, ya que estamos, en Almería hay desaladora no gracias al programa AGUA precisamente, sino que se construyó durante el gobierno de Aznar.

Y todo ello, para más inri, mientras leemos que el Ebro ha tirado al mar en cuatro años, descontado el caudal ecológico, lo que Barcelona necesitaría para pasar los próximos 100 años, es decir, que volvemos a constatar que en España no falta agua, sino sensatez e ideas para aprovecharla y no desperdiciar ni una gota, lo que me lleva a pensar que lo mejor que podían hacer los protagonistas del espectáculo on-line es irse un rato a los camerinos o a incordiar a otro sitio, dejando encerrados durante el tiempo que haga falta a un amplio grupo de ingenieros, arquitectos, economistas, abogados, ecologistas y todos aquellos que tengan algo que decir con la única finalidad de estudiar, consensuar y proyectar una solución global a un problema que deberíamos haber resuelto hace ya largos años.

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