Testimonios dados en situaciones inestables

La pareja de jóvenes mendigos politoxicómanos no vio pasar la estrella

Era la tarde-noche del cinco de enero de 2013. Estaba una pareja de jóvenes mendigos politoxicómanos refugiada entre unos desquiciados setos de Ligustro de un pequeño parque del centro de la ciudad, desde donde oían el rumor de la algarabía que el paso de la cabalgata de Reyes Magos producía a lo lejos, en la calle principal, oculta a la vista por el Centro de Salud clausurado, aunque el fulgor de los arcos luminosos coronaba el contorno del chato edificio y de las pomposas casas que lo flanqueaban confiriendo al casi oscurecido cielo un aspecto lumínico teatralmente submarino.
La pareja, que vestía con sucias y ajadas ropas de tallas diversas y estilos inconexos seguramente recogidas en contenedores de basura o sitios así, estaba entrelazada para intentar darse calor mutuamente, la joven boca arriba y el joven acurrucado contra su costado. La joven, de largo pelo liso y pálidas facciones huesudas, estaba embarazada y visiblemente cerca de dar a luz. Le castañeaban los dientes y temblaba sudorosa debido a la fiebre y al frío y a complicaciones desconocidas en su interior producidas por su estado y por sustancias tóxicas diversas. De vez en cuando los ojos se le quedaban en blanco y casi se le cerraban. Era evidente que estaba muy mal, quizá en estado terminal. El joven, que también temblaba como un animalillo indefenso, la abrazaba con actitud casi infantil. Tenía el pelo mal cortado y enmarañado y barba de varias semanas. La abrazaba con los ojos cerrados y también claramente afectado por sustancias tóxicas de variada naturaleza. La joven tenía de vez en cuando espasmos violentos, como si fuera a colapsarse y morir, y después de uno de ellos el joven le dio de beber de un tetra brick de vino barato, derramándole parte por la barbilla y el cuello. El joven se lo lamió para que no se desperdiciara, y la joven esbozó una momentánea y anémica sonrisa al sentir unas frías cosquillas provocadas por la áspera lengua, para volver inmediatamente a caer en un trance de escalofríos y temblores. El joven tosió una vez con desgana, sin fuerzas, para poco a poco enlazar toses cada vez más graves, y la joven le secundó como contagiada, y durante unos segundos pareció que conversaran con feos carraspeos, y cuando finalmente se apaciguaron sus irrefrenables expectoraciones, el lejano rumor festivo de la calle principal se elevó sobre ellos como un mensaje incomprensible. Así estuvieron unos minutos, temblorosos y abrazados, con los sentidos embotados por el frío mundo que los rodeaba como si se hallaran dentro de una inmensa pecera, hasta que dos perros vagabundos se acercaron a la pareja de jóvenes mendigos politoxicómanos. Eran dos perros de mediano tamaño, mirada temerosa y semblante de estar siempre a punto de salir huyendo. Los dos perros se acercaron vacilantes hasta los pies de la pareja y se quedaron muy quietos, mirándola, olisqueando. Había algo en el aire. Ellos sabían lo que era, podían entenderlo. Después los dos perros se miraron para asentir, se dieron la vuelta despacio y se alejaron caminando con cierta pesadumbre. La joven volvió a tener una convulsión, vomitó un poco y pareció quedarse dormida. El joven tosió, pero solamente una vez. [Pausa.] Adivine con qué regalo se encontró al día siguiente la pareja de jóvenes mendigos politoxicómanos, o lo que quedaba de ella.

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