Cada vez que llega a los cines una nueva versión de una historia ya conocida, independientemente de que se trate de un remake o de otra adaptación de una obra literaria o un cómic, suele darse la circunstancia de que la segunda -al margen de que sea mejor o peor que su precedente- sustituya a la primera en el imaginario colectivo condenándola irremediablemente al olvido. Esto no es un fenómeno ni mucho menos nuevo: ya ocurría en los tiempos en los que, por poner un ejemplo, Cecil B. DeMille remedaba su Los diez mandamientos silente con una nueva versión sonora con Charlton Heston al frente del reparto y efectos especiales espectaculares para la época.
Imagino que ocurrirá lo mismo con El callejón de las almas perdidas, sobre todo si, tal y como me atrevo a vaticinar, la película recién estrenada acaba recogiendo un buen puñado de nominaciones a los inminentes premios Oscar (aunque la mayoría pertenezcan a categorías técnicas). Es decir: para la mayor parte de los espectadores, esta nueva versión de la novela de William Lindsay Gresham -que, vaya por delante, no he leído- sucederá a la filmada en blanco y negro y estrenada en 1947 más allá de que, ahora mismo, haya servido para rescatarla por aquello de poder establecer comparaciones... que, en este caso, son tan odiosas como denuncia el saber popular.
Ya era bien sabido que volver a llevar a la gran pantalla la novela de Gresham era un proyecto largamente acariciado por Guillermo del Toro, el cineasta mexicano afincado en Hollywood que -según algunos entre los que no me cuento- dignificó el género fantástico al triunfar en los premios de la Academia de hace unos años con su anterior (y a mi parecer fallida) La forma del agua. Para llevar a cabo su propósito, como no podía ser menos, el responsable de El laberinto del fauno ha contado con todos los medios a su alcance, empezando por un reparto plagado de nombres reconocibles y siguiendo con un equipo técnico que sin duda verá su trabajo reconocido en diversas categorías premiables, muy especialmente las de la fotografía, la dirección artística, el diseño de producción y el vestuario (todo ello de lo más fastuoso). Y una vez vista, es indudable que estamos ante un film solventemente realizado que no disgustará especialmente a nadie y que atesora entre sus méritos algunos momentos memorables en cuanto a su puesta en escena y varias interpretaciones dignas de elogio: no solo la de su protagonista principal (y coproductor del film), un estupendo Bradley Cooper; sino también la de otros intérpretes de entre los que me gustaría destacar a tres actores siempre espléndidos y aquí verdaderamente antológicos: Willem Dafoe, Richard Jenkins y David Strathairn (si alguna vez se dignan a nominar al Oscar al mejor actor de reparto a este magistral intérprete, esta sería la ocasión ideal).
Pero, precisamente, cabe preguntarse: ¿hacían falta tantas alforjas para este viaje? Yo creo que no. Más bien al contrario: como le suele suceder a Del Toro, y aunque aquí no llegue al desequilibrio absoluto que frustró la bellísima pero en el fondo inofensiva La cumbre escarlata, el preciosismo del envoltorio acaba devorando al contenido. Partiendo del mismo material, adaptado entonces por el gran guionista Jules Furthman, Edmund Goulding dirigió una suerte de film noir muy poco convencional y bastante más modesto, pero fascinante de principio a fin, que permitió a ese eterno galán que fue Tyrone Power la oportunidad de demostrar que también podía ser un actor solvente. Y todo ello, sin caer en la descompensación de la que hace gala la nueva versión de la novela: aunque por vez primera el responsable de Cronos -que, a estas alturas de la película, me sigue pareciendo todavía su mejor trabajo- se aleja de una temática estrictamente fantastique, la cabra siempre tira al monte y en la primera mitad del film (la ambientada en la feria de atracciones) bebe de los estilemas de su género más querido y recuerda tanto al Freaks de Tod Browning como a cierta estética a lo Tim Burton. En cambio, la segunda mitad del film quiere ser más noir cambiando de escenarios y también de referentes (con guiño incluido al film de culto Detour, que debió de costar entera lo mismo que el catering de esta), y resulta algo más elegante... lo cual tampoco es tan meritorio porque cualquier cosa con Cate Blanchett dentro destilará clase y glamur. Pero en un segmento u otro Del Toro, al contrario que Goulding, continúa empeñado en querer hacer de cada secuencia, casi de cada plano, una pieza de orfebrería exquisita; de hecho, nunca el gore fue tan bello sin dejar de ser truculento. Y considero que la máxima de Baudelaire, que abogaba por ser sublime sin interrupción, quizá valga para la poesía pero no tanto para la narrativa (fílmica o no). Por otra parte, más grave aún resulta que en la mayoría de ocasiones explicita lo que en la versión anterior apenas se sugería o incluso se resolvía mediante una elipsis (y de ahí que dure cuarenta minutos más que aquella hasta alcanzar las nada desdeñables dos horas y media de metraje); y cuando se decide por dejar a la imaginación del espectador lo que en la anterior se mostraba de forma diáfana -pienso en la anécdota de la botella de alcohol etílico-, echa por tierra el funesto fatum y abre la puerta al libre albedrío.
Por todo lo expuesto, El callejón de las almas perdidas, versión de 2021, me parece una película interesante e incluso recomendable... para el público que desconozca El callejón de las almas perdidas, versión de 1947, y para el que parece estar especialmente concebida la propuesta de Guillermo del Toro. Mi recomendación es que, sin ignorar nunca esta última, traten de rescatar la de Edmund Goulding y comparen y juzguen por ustedes mismos; quizá me den la razón y piensen como yo: que lo único que la nueva mejora respecto de la original es que prescinde del happy end ligeramente impostado de aquella dándole de paso a Bradley Cooper la oportunidad de ser nominado como mejor actor principal de la temporada. Lo cual no es mucho para la que se supone iba a ser una de las grandes películas de este año. Aunque quizás sea precisamente ese su principal problema: que al hacerse tan grande, perdió el alma por el camino.
PS.- Y ya puestos a rescatar, no estaría de más que hiciesen por leer la adaptación al cómic que el malogrado Spain Rodríguez -ese maestro del cómic underground tan desconocido en nuestro país pese al nombre artístico que adoptó- realizó de la novela de Gresham bajo el mismo título y que aquí publicó la desaparecida editorial Drakul en 2009. Imagino que ya estará saldada y/o descatalogada, pero bien vale el esfuerzo de intentar hacerse con ella.
El callejón de las almas perdidas (2021) se proyecta en cines de toda España; El callejón de las almas perdidas (1947) está disponible en Filmin.