La política de las pequeñas cosas y las cosas de la política pequeña
El titular de este artículo de opinión no pretende ser solo un ingenioso u ocurrente juego de palabras. Es la expresión que define un modo de entender y gestionar lo público. Con mayor relevancia, si cabe, en el ámbito de la Administración municipal, la más cercana al ciudadano que también es contribuyente, elector, vecino y, sobre todo, persona.
La política de las pequeñas cosas es aquella que concibe cada actuación como un asunto importante. Se trata de asumir una responsabilidad para con los demás inspirada por la vocación de servicio en la que se antepone la cotidianidad frente a la excepcionalidad; lo estructural frente a lo coyuntural; lo esencial frente a lo accesorio; lo colectivo frente a lo particular. La toma de cualquier decisión atiende en tiempo y forma a las demandas de soluciones por parte de la ciudadanía, sin excusas, alharacas ni artificios.
La eficiencia es la suma de eficacia y rentabilidad socioeconómica. Es decir, saber administrar las prioridades y los recursos reducidos o limitados para conseguir los resultados más óptimos. No se busca generar propaganda dirigida al votante, sino encontrar respuestas siendo transparentes e informando debidamente a los administrados. Además, se propician espacios permanentes de participación activa de la ciudadanía, considerada como un conjunto de personas con suficiente criterio y capacidad analítica para compartir ideas y aportar propuestas útiles.
Sin embargo, muy a menudo se confunde con las cosas de la política pequeña. Esa que abusa de la demagogia para intentar contentar al pueblo, a la gente, cuando los gobernantes perciben cierto desencanto y hartazgo, anteponiendo la propaganda a la transparencia.
Durante las últimas semanas de diciembre el Ayuntamiento ha anunciado de manera reiterada e in extremis las adjudicaciones de las obras financiadas con el remanente presupuestario. En estas ruedas de prensa no se han ofrecido datos nuevos interesantes, sino más bien se ha recurrido al ardid de las inversiones para justificar y destacar algunos logros, transmitiendo una sensación interesada: el equipo de gobierno funciona y trabaja. Y es que los políticos y las políticas locales se afanan siempre en cumplir la literalidad de la máxima bíblica: por sus obras los conoceréis. Cuando coincide con periodo electoral y con edificaciones faraónicas, su cumplimiento es aún más sagrado. Donde esté una buena obra de cemento y ladrillo que se quite todo lo demás.
En los próximos meses, aun careciendo de un Plan General de Ordenación Urbana actualizado, se van a efectuar casi una veintena de reurbanizaciones y remodelaciones en instalaciones municipales, plazas y calles de Villena. Algo muy necesario para mejorar la ciudad, sin duda. Pero solo uno de estos proyectos ha contado con una performance participativa para dar voz a los vecinos del barrio, cuyo precio oficiosamente ha ascendido, según parece, a 8.000 euros. Digo oficiosamente y según parece porque ningún responsable ha informado de este tema en concreto a fecha de hoy.
El Mercaico Negro supone, en este sentido, un agravio para el resto de villeneros y villeneras que no han tenido la oportunidad, aunque sea sin coste añadido, de plantear sus opiniones abiertamente antes de materializar otras iniciativas urbanísticas que les afectan directamente. Algo también muy necesario para mejorar la ciudad, sin duda.