La primavera: tiempo de renovación
Cierro los ojos. El suave aroma de los almendros en flor embriaga mis sentidos. No necesito mirarlos para percibir la blanca y rosada explosión que puebla las ramas de los árboles, hasta hace poco desnudas. Los romeros, con sus pequeñas florecillas blancas y azuladas, también contribuyen al anuncio de la primavera.
Cierro los ojos y los efluvios florales me transportan a otra primavera ya lejana en el tiempo. Corría el año 85, cuando yo, naturaleza viva en 1ª persona, renací a la vida al volver al trabajo asalariado, pues del otro, del gratuito, no había carecido en los años de desempleo y crianza de mis hijos.
Abro los ojos. Asalta mi mente la inquietante actualidad. Casi seis lustros después, constato con tristeza que nada es para siempre. Afortunadamente, yo todavía conservo el trabajo asalariado que tanto esfuerzo me costó recuperar, pero muchas personas no han tenido esa suerte; otras, ni siquiera han tenido la oportunidad de empezar a trabajar: jóvenes y mayores de 45 años son los más perjudicados por el desempleo, y dentro de esos grupos, las mujeres que, como siempre, se llevan la peor parte: en el tercer trimestre de 2013 el paro masculino era del 25,58% y el femenino del 27,06%.
Por otra parte, importantes derechos sociales, económicos y culturales que fueron conquistados después de largas reivindicaciones se han restringido o incluso han desaparecido de nuestro universo. Nada es para siempre, salvo las estaciones del año que, de momento, no han cambiado, aunque quizá esto, a largo plazo, también es posible que cambie.
Nada es para siempre, pero la primavera es tiempo de renovación. Y también de reflexión, y aunque aún estemos en sus albores, debemos reflexionar y actuar. Debemos rebelarnos contra todo intento de vuelta al pasado, contra todas aquellas decisiones que pretendan mantenernos a las mujeres como seres subordinados, contra cualquier tentativa de represión de nuestra sexualidad y contra nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas.