Testimonios dados en situaciones inestables

La profesora nos dijo que escribiéramos una redacción sobre nuestra familia

Se trataba de un trabajo de clase que nos había pedido la profesora. Nos dijo que escribiéramos una redacción sobre nuestra familia, y que durante la semana siguiente y en orden de lista la leeríamos a toda la clase. Nos dijo que realizáramos un exhaustivo trabajo de observación y después ordenáramos todo el material en una narración clara y bien estructurada. Nos dijo que no se trataba de un trabajo literario sino más bien periodístico.
Como yo me tomo muy en serio mis trabajos escolares, me empleé a fondo en la investigación, ordené el material y escribí una redacción directa y sin ningún tipo de retórica. Cuando la tuve terminada se la pasé a la profesora. Le dije que me expusiera francamente lo que le parecía, que mi intención era corregirla hasta conseguir el mejor trabajo posible. Un par de días más tarde la profesora me llamó para hablar conmigo en privado. Me llevó hasta un despacho que estaba vacío y me invitó a entrar en él quizá demasiado cortésmente. Después se aseguró de cerrar bien la puerta, me hizo sentar en la butaca destinada a las visitas y ella se sentó informalmente sobre la mesa de oficina, frente a mí y ligeramente ladeada, dejando su pierna derecha colgar con aparente despreocupación. A continuación cogió mi redacción de entre un pequeño montón de papeles y se quedó mirándola unos segundos. A pesar de la pulcritud de todo el proceso, se notaba que estaba algo tensa e incómoda. Levantó la cabeza y me dijo que la elección de verbos y adjetivos y adverbios era muy acertada y que la cristalina sintaxis era brillante; dijo brillante alargando la “a” hasta un límite que consideré demasiado afectado, lo cual hacía esperar que hubiera un pero en camino. Y dijo “pero...” (y debo reconocer que me entristeció oírlo, aunque lo esperaba) “...dejé bien claro que quería un retrato realista de la familia, no un trabajo de ficción”. Hubo un silencio, y poco después de cruzarnos varias miradas de incomprensión, por mi parte completamente sinceras, dirigió sus ojos sobre mi redacción y añadió con gesto controladamente impaciente “aquí dices que tu madre se baña y duerme con sus tres perritos terrier y que les da de comer directamente desde su boca después de masticarles la comida para perros Monge Fresh, que cocina tartas con productos tóxicos que luego regala a organizaciones de caridad, que practica el tiro con arma corta contra fotografías de premios Nobel de la Paz; que tu padre, que es un reputado científico, caza gatos a altas horas de la noche y los encierra en el sótano y los somete a extraños experimente genéticos, y que ha conseguido que tu abuela que está recluida en el desván regenere dedos cortados y transpire metales pesados radiactivos; que tu hermano mayor lleva cinco años hablando solamente con su -ejem- miembro viril sin importarle quién esté delante y...” (realizó un inciso como buscando una salida) “...jovencita, creo que se ha excedido.” Volvimos a cruzarnos varias miradas de incomprensión, por mi parte completamente sinceras, y cuando se dio cuenta de la diáfana realidad de los hechos, bajó la mirada y miró el texto como si estuviera contaminado por el virus del Ébola. [Pausa.] Y en la siguiente hora de clase, lo primero que hizo fue aclarar que la redacción sobre la propia familia quedaba sustituida por la escritura de un cuento infantil de claro trasfondo positivo que ensalzara armoniosamente las virtudes de la vida familiar.

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