La Roja como metáfora
Aprovechar la victoria de la selección en la pasada Eurocopa para llenar páginas y más páginas parece obligado estos días. Buscarle un enfoque diferente, más allá del triunfo deportivo, y comparar el triunfo de nuestro fútbol con las derrotas diarias que la crisis ha traído a ciudadanos y empresas, es correr el riesgo de plasmar la metáfora facilona, tan trillada a estas alturas.
La selección español se ha mostrado fiable a más no poder y absolutamente fiel a un estilo propio, confiando en sus fortalezas cuando el ataque se ha mostrado espeso nos ha sostenido una defensa sublime, tapando bajo el peso del colectivo los defectos de algunos puestos concretos y actuando, además, con altas dosis de honestidad, sin especular con el resultado ni favorecer apaño alguno.
Para ello ha sido necesario elevar al conjunto como único objetivo por encima de los egos particulares de cada futbolista, entendiendo que la puesta en común de las virtudes supera la suma de las mismas, lo que fácilmente podría extrapolarse a la necesidad de que los diferentes estados que componen la UE renuncien a sus principales competencias y sean capaces de entender que una Europa unida necesita algo más que una moneda común para salir adelante, empezando por la cesión de la soberanía económica y fiscal y acabando por la necesidad de un liderazgo fuerte e inspirador capaz de guiar una nave de tan difícil gobernanza.
Ese liderazgo lo ha encontrado La Roja en Vicente del Bosque, al que el grupo respeta y que tan bien ha marcado las pautas de funcionamiento del equipo. A pesar de recibir palos por doquier, el seleccionador ha mantenido su criterio y su confianza en el trabajo honesto de los jugadores, aun cuando las críticas han arreciado por lo ajustado de los resultados a favor. Y son precisamente estas virtudes las que los ciudadanos echan tanto en falta en otros ámbitos, como el político, el económico y el social. La falta de referentes y de principios están en la deriva que ha terminado por convertir en crónica, profunda e institucional una crisis que nació como pasajera y financiera, y en la que estamos viendo caer, una tras otra, instituciones, máximas y referentes generalmente aceptados hasta ahora. Así ha ocurrido con los precios de las viviendas, que nunca bajaban, y luego con el sistema financiero español, que era el más sólido del mundo, terminándose por poner en duda la labor de los supervisores, desde la CNMV hasta el Banco de España, y hasta del Poder Judicial, con su máximo representante obligado a dimitir, por no hablar de la Monarquía o la clase política en general.
Pese a lo frívolo de intentar extrapolar lo que no es más que un deporte a la grave situación que vive todo un país, sí que es cierto que el fútbol y la economía entroncan en el factor emotivo, ese que lleva al aficionado a hacer suya la victoria de once desconocidos o el que hace que una familia deje de gastar por la incertidumbre laboral. Una simple cuestión de confianza
que difícilmente podremos recuperar cuando sabemos que los futbolistas están haciendo auténtica ingeniería financiera incluida la posibilidad de tributar en Polonia o Ucrania para aportar lo menos posible a la Hacienda española. Seguramente serán un ejemplo como deportistas, pero como ciudadanos recurren a las mismas tretas que Borbones, banqueros, empresarios forrados y políticos corruptos para llevárselo crudo sin contribuir a la caja común en la misma medida que la inmensa mayoría los ciudadanos de a pie. Y es que, para bien o para mal, no dejan de ser españoles, por mucho que les admiremos.