La segunda bofetada
El 25 de noviembre es El Día Internacional contra la Violencia hacia la mujer, y yo, como mujer que puede hacerse oír a través de un medio de comunicación, tengo la obligación de recordarlo. En lo que va de año en España han sido asesinadas por hombres 84 mujeres. Y año tras año, a pesar de las reformas legales que se van aplicando, a pesar de las medidas educativas que se están implantando, a pesar de la supuesta concienciación al respecto
el número de agresiones y muertes no presenta un alentador descenso: la batalla que desde las instituciones y desde la sociedad se está librando sólo deja víctimas. ¿Qué está fallando? Sin duda, algo se nos escapa.
Es por ello que voy a alejarme de los frentes de lucha común en estos momentos (condenas a maltratadores, ayuda psicológica, económica, reinserción de las víctimas), para adentrarme por un camino angosto y oscuro que a mi parecer se ha tratado poco y podría arrojar una nueva luz sobre el tema.
Siempre me he preguntado, y todavía lo hago, cuál es la razón o razones que llevan a una mujer a esperar la segunda bofetada. Y lo hago porque creo que en ese impasse, en ese periodo de confusión tras los primeros golpes, se encuentra oculta la esencia que lleva a determinar el resultado final de esta historia. Después todo se complica. La repetición de los golpes comienza a minar seriamente la lucidez en la mujer, su autoestima, su amor por ella misma y por sus hijos víctimas en igual grado del sufrimiento queda envuelto en un torbellino de confusión difícil de parar... Y llegamos tarde.
Es complicado alcanzar conclusiones definitivas en este gélido paisaje que no entiende de clases sociales, que castiga por igual a mujeres cultas e independientes que a féminas necesitadas del trabajo del hombre, que tampoco hace distinciones de edad ni de condición entre los delincuentes que practican la cobardía de agredir y someter. Es por ello que todas estas circunstancias me llevan a pensar que quizás la verdadera razón de este drama reside en el interior de la mujer, alojado posiblemente en esos pliegues de la mente donde ocultamos modelos de comportamiento heredados, patrones educativos donde la servidumbre es obligación, creencias de debilidad por condición sexual, pautas que se trasmiten de madres a hijas forjando así una cadena imposible de romper.
Y ahí es donde debemos derivar esfuerzos que logren construir un dique en la mentalidad femenina que impida la evolución de la secuencia tal y como hasta ahora la conocemos, secuencia que perdona, justifica o narcotiza una primera acción que esconde tras de sí consecuencias con idéntico final. Intentemos luchar por conseguir que cualquier mujer, ante el primer insulto, la primera reprimenda o la primera bofetada, pueda activar en su cabeza una inmediata señal de alarma que la ponga en pie de guerra sin que la educación recibida salga a su encuentro, sin pararse a mirar la cara del amor engañoso en el que está inmersa, sin permitirle ni tan siquiera valorar cuestiones puramente económicas, que para eso están las instituciones pertinentes, consiguiendo con ello salvoconductos que protejan su integridad física y moral.
Si me estás leyendo y ya has recibido el primer golpe en tu cara o en tu interior, no esperes, ahí no busques amor, nada, nada, te obliga quedarte. No escuches súplicas de perdón. Ni promesas de que no ocurrirá más. Es mentira. Siempre lo es. Utiliza la ira del primer golpe contra él, cierra tus oídos, tus ojos y tu puerta a quien es capaz de pegarte. Contra los maltratadores, desde el primer día, tolerancia 0.