Abandonad toda esperanza

La selección argentina

Abandonad toda esperanza, salmo 252º
No, no les voy a hablar de fútbol, y menos del argentino: a mí me sacan de Diego Armando Maradona y me pierdo. Lo que sí haré es recomendarles a tres escritores todos ellos bonaerenses y para lectores selectos, de esos que no se conforman con las directrices que marcan los departamentos de marketing ni tampoco se acomodan en considerar a Borges y Cortázar como lo único verdaderamente memorable que ha salido de las letras argentinas, letristas de tangos para Gardel aparte. Para empezar, si hay un autor de culto que para la crítica merece estar en el panteón de los mejores escritores de la Argentina, ese es sin duda Ricardo Piglia. El autor de Respiración artificial -para muchos su obra cumbre- o Plata quemada -llevada al cine por su compatriota Marcelo Piñeyro con resultados también memorables- acaba de publicar Blanco nocturno, un soberbio relato policíaco ambientado en un pueblecito de Buenos Aires, que podría ser el Adrogué donde nació el autor hace setenta años, conmocionado por un asesinato. Protagonizada por un conjunto de personajes antológicos, entre los que destaca el viejo comisario capaz de descubrir al criminal más pintado a base de intuiciones y corazonadas, es un relato que arranca in medias res y que utiliza notas a pie de página como un recurso, por otra parte no exento de una fina ironía, que dota de verosimilitud al relato como si se tratara de un informe periodístico más cercano al ensayo que a la ficción; algo de lo que las letras porteñas, desde Operación Masacre de Rodolfo Walsh, saben bastante.

Si Piglia se ocupa del Buenos Aires de provincias de los 70, Guillermo Orsi opta por retratar la gran capital argentina de nuestros días en Ciudad santa, flamante ganadora del último premio Hammett de la Semana Negra de Gijón, que destaca cada año la mejor novela negra en castellano. Y como en el caso de Piglia la intriga, aunque funciona a la perfección, no deja de ser una excusa frente a lo que de verdad importa: retratar un status quo corrupto hasta la médula, donde el inocente acaba siendo cabeza de turco y el verdadero culpable espera en su despacho a que vayan llegando a su cuenta en el extranjero ingresos imposibles de rastrear. El crucero de lujo varado en el Río de la Plata por oscuros intereses, a una distancia mínima pero insalvable de la urbe, es una metáfora particularmente brillante de la imposibilidad de luchar contra las fuerzas del mal.

Un año antes de que Orsi ganara el Hammett, el galardón fue a parar también a Argentina, concretamente a las manos de Guillermo Saccomanno. Pero para que vean cómo son las cosas, aquella novela titulada 77 sigue inédita aquí. Pero este autor que también ha escrito cómics no se durmió en los laureles, y con la inmediatamente posterior El oficinista consiguió el Premio Biblioteca Breve: por lo visto la crisis económica que azota Argentina desde hace lustros no entiende de premios... Más cercana a Kafka o Philip K. Dick que a Chandler, lo último de Saccomanno es una novela tan escueta como poderosa que nos lleva de manos del gris oficinista del título, atormentado por una existencia sumida en la más cruel de las rutinas, al Buenos Aires de un futuro distópico que podría estar a la vuelta de la esquina, una visión alucinatoria a lo Gran Hermano -el de Orwell, no el de Telecinco- poblada por perros clonados y empapada de lluvia ácida. Un Buenos Aires, el de mañana, tan temible como el pretérito de Piglia o el actual de Orsi.

Blanco nocturno, Ciudad santa y El oficinista están editados por Anagrama, Almuzara y Seix Barral respectivamente.

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