La sexualidad en Villena (I)
Espero, estimados lectores y estimadísimas lectoras, que hayáis empezado el año con buen pie. Si no es así, pues ya sabemos que enero es un mes largo y difícil, intentaré arrancaros al menos una tenue sonrisa, y elevar vuestro estado ánimo, cosa difícil de conseguir tan sólo con mis palabras, sin pasodobles ni alcohol. Para conseguirlo, tengo pensado dedicar, durante las próximas semanas, un ciclo que aborde en profundidad el tema de la sexualidad. Para ser más exactos, os hablaré sobre la sexualidad en Villena; esta ciudad única e insustituible, a la que en realidad adoro, y que cuenta, entre sus otras muchas particularidades, con un Museo del Botijo (Botijo Museum) y con una sociedad dividida entre personas salientes y no salientes (no confundir por favor con salidos y no salidos).
Para ello, contaré con la inestimable colaboración de la sexóloga villenenese Penélope López Pérez, vecina de la Constancia de toda la vida y autora del afamado libro y best seller mundial Creo que me he dejado los calzoncillos en la Ponderosa. Para quienes no lo conozcan, el libro, basado en hechos reales, narra la historia de un hombre que sale a bajar la basura un viernes por la noche. El hombre, recién salido de una complicada operación de estómago, lleva puesto el pijama y las zapatillas de estar por casa. En ese preciso instante, cuando está levantando la tapa del contenedor para echar la basura, pasan dos compañeros de la infancia que se dirigen a la comparsa para jugar una partida de truque. La pareja desprende un fuerte olor a calamares rebozados y a freiduría, ya que han pasado toda la tarde del viernes metidos en un bar, gastándose el sobre, y se muestra eufórica debido a los efectos del vino con casera y al especial que le han sacado a una máquina. Tras un breve intercambio de palabras, lo convencen para que se vaya con ellos a la sede y se olvide de que su mujer lo aguarda en el sofá viendo un programa de variedades. De esta forma, los tres amigos se dirigen por la calle cogidos del brazo, vociferando y cantando pasodobles a capela. Tras la partida, durante la cual no han parado de contar chistes verdes y de beber cubatas, intentan convencerlo nuevamente para que se vaya con ellos a la Ponderosa. En un principio, éste se muestra reacio, ya que el pantalón del pijama que lleva está descosido por la parte de atrás de tanto rascarse. Al final, el hombre accede con la condición de que llamen a su mujer y le hagan creer que ha sido víctima de un secuestro por parte de un grupo de separatistas de la Zafra que lucha por la independencia de dicha pedanía.
Una vez en la Ponderosa, después de otros tantos cubatas y tras consumir sus diez minutos de placer, se queda profundamente dormido sobre el impúdico tálamo, roncando como una marmota. Es entonces cuando los empleados del club lo sacan a rastras del local y lo dejan en el aparcamiento, prácticamente desnudo, pese a los dos grados bajo cero que marca el termómetro de la Casa de la Vereda. Cuando despierta, se da cuenta de que son las nueve de la mañana y de que sus amigos ya no están. Entonces, emprende el camino de regreso a casa por la vía de servicio, llevando puestos tan sólo un par de calcetines blancos de deporte llenos de patatas. Una vez en Villena, decide meterse dentro de uno de los contenedores de ropa usada que hay dispuestos por toda la ciudad, con el objetivo de encontrar unos pantalones, un jersey de su talla y una falda para regalársela a su esposa el día de San Valentín. La historia termina en el momento en que el hombre, con los ojos llorosos, impregnados de naftalina, comprueba que se ha quedado atrapado y no puede sacar la cabeza del contenedor.