Cartas al Director

La tercera caída

Hace 5 años, el 25 de marzo de 2005, Viernes Santo, Juan Pablo II no pudo desplazarse al Coliseo para participar en el Vía Crucis. No se hallaba en condiciones físicas para permanecer a la intemperie por espacio de dos horas.
Las meditaciones y oraciones del Vía Crucis de aquel año estuvieron a cargo del entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, quien articuló las catorce estaciones en torno a un versículo del Evangelio de San Juan: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Juan, 12, 24).

Al comentar las tres caídas de Jesús, tumbado al suelo por el peso de los pecados de la humanidad, Ratzinger atribuía la primera a la soberbia. A Cristo lo abaten a tierra por segunda vez las imponentes ideologías que, a la par que arrumban a Dios, banalizan al hombre y hacen que se desentienda de Él. La tercera caída, bajo el peso de la cruz, se debe, según Ratzinger, a los pecados de la Iglesia. Y a la infidelidad de los sacerdotes. La traición de los discípulos hiere sobremanera el corazón de Cristo. Y lo exponen a la befa. A Él y a los suyos.

Es el caso de los abusos sexuales por parte de sacerdotes y religiosos de los que, en estos días, los medios de comunicación ofrecen abundante información. En la carta pastoral que Benedicto XVI escribió a los católicos de Irlanda, firmada el pasado 19 de marzo, advierte a todos que el camino de curación, renovación y reparación para la Iglesia, en este asunto, no va a ser fácil ni de corto recorrido. Ya hace dos años, en abril de 2008, durante un viaje a los Estados Unidos, el Papa explicó cuáles han de ser los pasos que la Iglesia debe seguir dando en esta andadura:

En primer lugar, colaborar con las instancias civiles para que se haga justicia y se apliquen las correspondientes penas a los responsables de los abusos, y ayudar de todas las formas posibles a las víctimas, siendo ésta, de entre las múltiples acciones que se acometan, prioritaria.

En según lugar, trabajar por la reconciliación entre la Iglesia y las personas que han sufrido tales desmanes, a sabiendas de que tienen motivos para no perdonarla.

En tercer lugar, llevar a cabo, en los seminarios y noviciados, un adecuado programa de selección y formación de candidatos al sacerdocio y la vida religiosa.

Este protocolo, afirmado aún más en la carta pastoral dirigida a los católicos de Irlanda, contribuirá no poco a que sea tenido como instancia de referencia por parte de aquellas instituciones que van a verse urgidas a hacer frente, en un futuro próximo, a este drama. Hay que alabar la actitud del Santo Padre, inequívoca y serena, contra esta plaga que está azotando a nuestra Iglesia. Ella, como lo está haciendo ya, debe asumir no sólo la responsabilidad canónica, sino también la responsabilidad criminal. Joseph Ratzinger, como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe y desde 2005 como Papa, es la persona que más ha hecho por erradicar los abusos sexuales y hacer limpieza ante el clero indigno.

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