Testimonios dados en situaciones inestables

La típica imagen de un periodista viejo tecleando con dos deditos muy tiesos

Nos pasamos la vida siendo el ejemplo perfecto de la teoría de los dos dedos, no hay otra justificación, y así nos va. [Pausa.] Voy a explicarme, ya que veo que pones cara de no saber de qué puñetas te estoy hablando. [Baja la mirada y reordena en su cabeza cierta cantidad de información.] Mira, la teoría de los dos dedos va de lo siguiente:
Una persona se pone a escribir a máquina solamente con dos dedos, uno de cada mano, por su cuenta, sin profesor ni método, atendiendo solamente a una necesidad inmediata. Lo habrás visto muchas veces, ¿no? Por ejemplo, en la típica película donde aparece un periodista de la vieja escuela tecleando con sus dos deditos muy tiesos y la lengua de fuera. Bueno, pues esa persona llega rápidamente a un nivel de rendimiento bastante óptimo. Es decir, con sus dos deditos y con la necesidad de cumplir un objetivo inmediato consigue una velocidad que a ella le parece alucinante, y se siente satisfecha y se dice que a quién narices le importa aprender a escribir bien si con su velocidad le es más que suficiente. [Entrelaza sus dos manos delante del pecho, como en disposición de entregarle al interlocutor algo más que palabras.] Por otro lado tenemos a otra persona que, ante la necesidad de saber escribir a máquina, opta por un método perfectamente comprobado y decide trabajar duro durante ocho semanas para alcanzar una verdadera habilidad. Esa persona sigue estrictamente los tiempos y ejercicios sin saltarse ninguna lección ni escatimando en repeticiones, concentrada al máximo y con verdadera fe en que todo ese proceso duro y tedioso tendrá su recompensa. El resultado es que al cabo de ocho semanas la segunda persona tiene una efectividad mecanográfica muy alta de acuerdo a una escala estándar de valoración y, por supuesto, cuatro o cinco veces superior a la primera. Es decir, la primera persona nunca (y considera la palabra nunca en su absoluto y demoledor significado, sin medias tintas) progresará. Y no es porque ella no pueda seguir el mismo método que la otra, es porque está convencida de que no lo necesita. Es decir, se está condenando a sí misma a la incompetencia. Y ahí empieza el problema. Porque cuando llegue el caso (y puedes estar seguro de que llegará) en que esa habilidad que no tiene sea necesaria para su supervivencia, lo que hará será buscar todo tipo de excusas para justificar que ese no es su problema, que son los demás los que están oscuramente conjurados en su contra o están equivocados con sus ideas. [Relaja los hombros y estira el cuello con cierta determinación.] El prejuicio es un buen ejemplo de destreza de pensamiento de dos dedos, pues ante un dilema inmediato te permite actuar sin necesidad de reflexión y elimina el engorroso asunto de tener que decidir verdaderamente por ti mismo. Pero a largo plazo o en un contexto más amplio se convierte en un obstáculo o puede resultar claramente inhibitorio o incluso peligro. [Pausa.] Pues te lo cuento, merluzo, para que dejes de repetirle a la camarera que no sabe lo que se pierde al decirte que no sin pensar, cuando está claro que sabe escribir a máquina perfectamente y no como tú, que eres un burro con tus dos deditos muy tiesos de cerebro; bueno, en tu caso dejémoslo en un solo dedito muy tieso.

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