Abandonad toda esperanza

La vida es así

Abandonad toda esperanza, salmo 200º
Cada vez que oigo, al referirse a Maus o Watchmen o Persépolis o la enésima obra maestra de la historieta que se les pase por la cabeza, aquello de "estamos ante una obra que dignifica al cómic como arte", me sale un sarpullido. Por la misma regla de tres cuando se hable de un cuadro de Antonio López quiero oír algo así como que "dignifica a la pintura como arte", o en las reseñas del último libro de Cormac McCarthy me gustaría leer que dignifica a la literatura como manifestación artística. Solo así aceptaré pulpo como animal de compañía. Pero por si a alguno de ustedes tal aseveración les sirve para acercarse a un campo de la creatividad cuasi inexplorado hago de mi capa un sayo y allá que voy: los dos títulos de Seth que voy a recomendarles dignifican al cómic como noveno arte que es. Que digo, dignifican a la humanidad como motor de creación a un paso de alcanzar la divinidad. Hale.

La vida es buena si no te rindes es la obra más conocida de este autor canadiense, que junto con sus amigos de correrías Chester Brown y Joe Matt ha dado vida a un pequeño microcosmos de historietas donde ellos son los protagonistas cruzándose entre sí de igual modo que Robert Altman hizo con los personajes de Raymond Carver en Short Cuts. Pero si Brown siguió el camino de Daniel Clowes y Joe Matt se da un aire a Peter Bagge (ambos, claro, con la sombra de Robert Crumb al fondo), Seth adoptó las enseñanzas del maestro Chris Ware y convirtió al continente y al contenido en un todo indisoluble que entra primero por los ojos.

En esta obra Seth se dibuja a sí mismo como un depresivo crónico en busca de una relación sentimental perfecta que ha de permitirle sentar la cabeza y alcanzar la anhelada felicidad pero que, claro, nunca llega; su única válvula de escape es la satisfacción que siente como coleccionista de cómics cuando encuentra alguna joya olvidada para su museo particular. En esta incansable búsqueda, cual capitán Ahab, hará de un humorista olvidado que publicó un único chiste en la célebre The New Yorker su Moby Dick particular, y volverá a las calles que recorrió en su infancia para, sin darse cuenta, encontrarse a sí mismo aunque sea solo un poco.

La evolución natural de Seth ha desembocado en George Sprott (1894-1975), una obra no diré que superior a la anterior pero sí mucho más cuidada formalmente, y en la que el autor intenta dar respuesta a una serie de interrogantes que el ser humano lleva formulándose desde la aparición del raciocinio. Para ello hace uso de la figura de George Sprott, un antiguo explorador del Ártico reconvertido en estrella de una televisión provincial que durante más de dos décadas ha presentado un programa de documentales mudos sobre la vida en territorio boreal verdaderamente surrealista. A partir de los dos momentos más trascendentales, su nacimiento y su muerte, y haciendo uso de historias breves que se complementan formando el puzzle de toda una vida, Seth refleja lo inasible de la condición humana mostrándose como un narrador incapaz de asimilar toda la complejidad del individuo retratado.

Por cierto, y para despejar dudas: George Sprott, como el Kalo de La vida es buena si no te rindes, jamás existió en la vida real.

La vida es buena si no te rindes y George Sprott (1894-1975) están editados por Sins Entido y Mondadori respectivamente.

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