Las apariencias engañan
No sé si es una percepción exclusivamente mía o en realidad está sucediendo y otros notan algo parecido, pero me da que cada vez que gobierna en nuestra ciudad una opción política de izquierdas, progresista o como se le quiera llamar, desde bien pronto aparece una especie de oposición estética (hablo de ropa, no de corrientes filosóficas, que esas cabecicas no dan para tanto) que me tiene patidifuso.
Quienes sigan al Aure desde antaño recordarán viejas polémicas acerca de las críticas y abucheos que recibieron personas como Vicenta Tortosa en su época de alcaldesa por asistir a determinadas procesiones de carácter religioso, o los improperios que tuvieron que aguantar algunos de sus concejales proferidos por quienes criticaban su atuendo o indumentaria.
En cualquier caso, ya han pasado unos añitos desde entonces y servidor pensaba que algo habríamos evolucionado iluso de mí, quiero creer que a estas alturas todos hemos aceptado el matrimonio entre personas del mismo sexo o que es completamente normal llevar el pelo como se quiera, tatuajes o piercings, por citar algunos modos de vida o indumentarias frecuentemente rechazadas, pero va a ser que no, y nuestro nuevo alcalde, Francisco Javier Esquembre, apenas ha tardado unas semanas en comprobarlo, teniendo que aguantar unas injustificables críticas por parte de quienes se piensan que cuando ellos se ponen un traje y una corbata no es, ni de lejos, su vestimenta habitual todo el mundo debe hacer lo mismo, aunque se trate de una noche casi de verano, haga un calor de tres pares, sea fin de semana y se asista a una gala flamenca organizada por una comparsa, no a una recepción con el Papa.
Esta obsesión de algunos con el debido decoro (sigo sin saber quién establece lo que es el debido decoro ni en base a qué criterios) no deja de tener su gracia, porque servidor conoce muy mucho a una persona que jamás sube en ascensor con alguien con greñas o vestido de aquella manera, y en cambio le pegaron el palo y le robaron el bolso el día que subió con un desconocido perfectamente vestido y con unos modales dignos de un director de banco en pleno boom inmobiliario.
Aunque hablando de sinvergüenzas, la actualidad me ha brindado el mejor argumento posible para defender que lo que verdaderamente importa es el interior de cada uno y no su fachada, sus actos y acciones frente a un traje caro o un afeitado diario: hace unos días se ha conocido que el Congreso de los Diputados ha prohibido la entrada al público y los invitados ataviados con bermudas o camisetas de tirantes. Está visto, estimada señora, que para ser un hijo de puta de los buenos, de esos que con sus decisiones recortan las pensiones de abuelos y viudas, bajan el sueldo a los trabajadores y mandan a un país entero al carajo mientras defienden a los banqueros y grandes empresarios, lo mejor es llevar corbata de seda y zapatos caros. Y si es necesario, hacerse implantes de pelo.