Opinión

Las Fiestas del Medievo y la polémica animalista

Reitero en estas líneas mis más sinceras felicitaciones a la Asociación de Vecinos del Barrio del Rabal por sus fantásticas fiestas medievales que, año tras otro, han ido superando pronósticos y expectativas. Nadie pone en duda ya, a estas alturas, el gran impacto mediático que representan para la ciudad de Villena estas jornadas en pleno casco histórico, llenándose de colorido, imaginación, organización y aire festivo. Y lo más importante, la alta implicación de los vecinos, que han conseguido la complicidad de otras personas y colectivos ajenas al arrabal, por no citar la gran repercusión que invita a visitar nuestra población la ciudadanía comarcal.
No quisiera con esta columna suscitar más polémicas en torno a la presencia o no de animales en estas Fiestas del Medievo, pero sí intentar aportar algo de cordura ante posiciones radicales o extremistas que han surgido en los últimos tiempos. En la vida cotidiana existen líneas rojas, esa línea que simplistamente divide el bien y el mal, el sentido común de la sinrazón o lo inteligente de lo absurdo. Todo el mundo sabe, tanto a nivel individual como colectivo, cuándo se cruza esa frontera entre lo permisible y lo condenable, entre la prudencia y lo prohibitivo. Y mi opinión al respecto, ya entrando en pleno debate, es que esa línea fronteriza que separa a unos de otros debería argumentarse en si hay o no maltrato animal.

Si las Leyes de Espectáculos Públicos, Sanidad y Ganadería exigen una documentación burocrática y formal para que se permita la presencia de animales, que así sea; pero esa línea roja a la que antes aludía se establece en si los animales expuestos gozan de una vida digna para su estatus o su existencia es un calvario. Imagino que muchas de las personas que se posicionan en contra de la presencia de animales en estos actos tienen en sus casas o en sus campos mascotas comunes, generalmente perros o gatos, o ambas especies. Quiero pensar que los atenderán con decoro y amor propio, ya sea respecto a la alimentación, higiene, salud y horarios de recreo y ejercicio.

Y como no pongo en duda estas circunstancias, no entiendo por qué estas personas desconfían de los profesionales de la cetrería o de los ganaderos vacunos, ovinos, porcinos, equinos, caprinos o avícolas; que al fin y al cabo viven de estas actividades y si bien procuran una rentabilidad económica no es menos cierto que tendrán empeño en dotarles de la mayor calidad de vida posible antes de su irremediable sacrificio. Quede claro pues que la presencia de aves rapaces, caballos, ocas o cualquiera de otras especies animales no tiene por qué desmerecer y enturbiar una gran fiesta popular, si acaso engrandecerla. También los escolares suelen visitar granjas escuelas y nadie se escandaliza de ver a ponis, asnos, cerdos y gallinas a doquier, pues aparte de resultar una actividad lúdica y de entretenimiento tiene un componente educativo importante.

Existe una gran diferencia entre el burro esquelético y protagonista del popular cuento del Conde Lucanor y Patronio y el narrado por Juan Ramón Jiménez, Platero. Por eso hay que discernir entre lo que es maltrato y abuso de un animal y lo que es su protección, no siendo aconsejable meter en el mismo saco a todos los ejemplos. Está claro que los animales salvajes están mejor en su hábitat silvestre o en los Parques Naturales Protegidos que en los zoológicos o en los más tristes circos, en cautividad y lejos de su entorno. Pero el debate que nos ocupa se circunscribe a la presencia o no de inocentes animales en nuestra Fiesta del Medievo, resultándome esperpéntica tanta fanática postura.

Y respecto a la iniciativa de un grupo de artistas para que se subasten sus trabajos en la mencionada Fiesta Medieval, me parece excelente y razonable si lo que se recaude se invierte en un engrandecimiento del gran evento. Pero no como alternativa de “decorados con vida propia”, pues las mascotas caseras también pueden ser denominadas así y sus dueños podrían ofenderse por el despecho y el tono peyorativo; los decorados con vida propia, revisados por los veterinarios y cuidados por sus dueños, pueden ser tan atractivos como sus fetiches domésticos; con la diferencia que éstos sí son los amos y reyes de la casa.

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