Las listas
Abandonad toda esperanza, salmo 302º
Tengo por costumbre, como ya sabrán, que el cambio de año me pille leyendo algún clásico, pero hete aquí que el azar quiso que por esas fechas estuviese disfrutando del magisterio de Umberto Eco, que en Confesiones de un joven novelista recoge una serie de conferencias impartidas en Estados Unidos acerca del arte de escribir y también sobre el placer de hacer listas, algo que los que escribimos sobre cultura tenemos tendencia a hacer cuando llega el año nuevo repasando lo mejor del que acaba de terminar. Ya hace algún tiempo, y precisamente al hilo del libro de Eco sobre el tema -El vértigo de las listas-, les hablé de mi gusto por este particular género literario y de mis referentes en ese campo (Borges y Perec, sobre todo), pero mi conocimiento del mismo se queda en mantillas al lado del autor de El nombre de la rosa, que en estas Confesiones vuelve a demostrar su autoridad en la materia trayendo a colación a Mozart, Ariosto, Milton, Calvino, Rabelais y, por supuesto, uno de sus libros de cabecera: el Ulises de Joyce. Vaya, ese sí es un clásico de esos que siempre quedan pendientes. Quizá el año que viene...
Sí cumplí con mi ritual de empezar el año viendo un clásico del séptimo arte de esos que todos tenemos como asignaturas pendientes. Y elegí un largometraje italiano, como Eco, precisamente el que cité cuando en uno de esos mensajes encadenados de Facebook solicitaban "una película que todavía no has podido ver" (sí, de nuevo las listas): La strada, de Federico Fellini. Recordarán que el film es uno de los trabajos más tempranos de su autor, cuando estaba más cerca del neorrealismo de algunos de sus compatriotas (el primer Visconti y algún De Sica, por citar los más célebres) que de sentirse obligado a responder a eso que se ha venido a llamar "lo felliniano". No obstante, no falta aquí el mundo del circo que tan caro le resultaba al cineasta, representado por el forzudo Anthony Quinn y el funambulista Richard Basehart. Aunque, claro, quien queda para el recuerdo del film es Giulietta Masina, esposa y musa del realizador, que compone aquí uno de sus trabajos más inolvidables.
En cuanto a cómics, últimamente le he cogido el gustillo a Moebius, sobre todo gracias a su Inside Moebius, que -y vuelvo a citar a Fellini- hace por la carrera de su autor lo mismo que Ocho y medio hizo por la del realizador: un repaso y ajuste de cuentas con su propia creación. Pero lo último de este ilustrador que de vez en cuando firma también con su nombre auténtico, Jean Giraud, es Arzak: El vigilante, el regreso del personaje que creó hace tres décadas para las páginas de Métal Hurlant. Yo he disfrutado mucho de este álbum, con unas ilustraciones a toda página que dejan sin aliento, pese a que no conocí a Arzak en su día porque aparecía en esas revistas que solo leían y te prestaban los hermanos mayores. Y como yo era el primogénito me tuve que buscar la vida como pude, con los Mortadelos y los Spidermanes de turno... Pero mejor dejo de evocar el pasado, o corro el riesgo de ponerme a hacer otra lista de nuevo.
Confesiones de un joven novelista y Arzak: El vigilante están editados por Lumen y Norma respectivamente.