Historia

Las motos del Museo de Villena

El futuro Museo de Villena expondrá tras su apertura una destacada colección de motocicletas históricas. La mayoría de ellas procede de los fondos de Jerónimo Férriz, y el resto de recientes donaciones, como la de Doña María del Carmen Bermejo Vivanco, viuda de D. Vicente Belando García, o la de José Pascual Ibáñez. Se trata de vehículos de escasa cilindrada y relativa antigüedad pertenecientes en general a los años 50 y 60 del siglo XX, aunque contamos con una Moto Sacoche suiza de 1935. Su interés, aparte de su tecnología y estilo, reside en la gran popularidad que alcanzaron en la era preindustrial.
Desde el punto de vista etnográfico, la motocicleta es un vehículo que ha tenido una importante evolución en su imagen y usos, proporcionando una valiosa información sobre las costumbres y modas de la sociedad. Hasta 1980, la moto era un vehículo pero también una herramienta que servía para todo. El coche solo estaba al alcance de unos pocos privilegiados y además consumía bastante más combustible. En aquellos años, eran casi todas nacionales o fabricadas en España como Lube, Iso, Derbi, Bultaco, Montesa, Mobilette, Vespa, y no solían sobrepasar los 250 centímetros cúbicos de cilindrada. Las más utilizadas eran las de 49 y 125 cc. Por las mañanas, legiones de obreros montados en ellas acudían a las fábricas, ya fuese en Villena, Sax, Elda o Petrer.

Pequeños empresarios y representantes aún viajaban más lejos. Motorizados y con una rudimentaria cazadora de cuero visitaban a sus clientes y proveedores, ya fuese en Valencia, Teruel o Alicante. No importaba ni el frío ni la lluvia ni el calor. Por supuesto casi nadie llevaba casco en aquellos años. Los jóvenes por las noches montaban a las novias y se iban a “festear” a algún parque o placeta. Los sábados los ciclomotores poblaban los aparcamientos de las discotecas y muchos se aventuraban a subir hasta los bares de Biar. Esos mismos muchachos de las clases bajas dedicaban los domingos por las mañanas a dar brincos en los ribazos o en algún improvisado circuito de moto-cross. Otros se echaban unas carreras en las pocas calles asfaltadas y rectas que en aquella época había en nuestra ciudad. Los más osados se atrevían incluso a competir con los más afamados corredores regionales en el circuito de velocidad que se montaba en el Paseo una vez al año. La moto también ocupaba un lugar destacado en el campo. En la huerta no era difícil ver al labrador dirigirse al bancal con la azada y el capazo atados al sillín. Ese mismo paisano lo veíamos otro día llegar al mercado de los jueves con varias jaulas de madera repletas de gallinas y conejos sujetas a ambos lados del portaequipajes. Una estampa muy común era ver en verano como las familias bajaban con las “Impalas” o las “Ducatis” a las playas de Elche y Santa Pola cargados con los capazos de la comida y el balón. Con tanto trajín diario y tanto polvo en caminos y calles no se acostumbraba a ver motos limpias y flamantes. El motociclismo antiguo nada tenía en común con el recreativo actual.

Cambio de paradigma
Después de los ochenta, el panorama motero empezó a parecerse al actual. Un mayor poder adquisitivo y la llegada de nuevos vehículos propiciaron que la moto se convirtiese sobretodo en un vehículo de paseo complementario al coche. Villena, con un enorme parque motero y con varias asociaciones de entusiastas, fue sede temprana de competiciones oficiales y concentraciones que atrajeron aficionados de toda la geografía ibérica. En suma, la moto era en aquellos días el vehículo por excelencia y los motoristas ejercían como tales las veinticuatro horas. En la actualidad lo más normal es coger la moto los fines de semana para acudir a una “kedada” y darse un paseo al pueblo de al lado y luego almorzar con los amigos. A esas ruidosas y humeantes motos, rescatadas de los años 50, 60 y 70, ahora se las llama “clásicas” y desfilan rutilantes con cromados impolutos y pinturas pulimentadas. Bienvenida sea la fiebre por recuperar aquellas vetustas máquinas que nos hablan de una época en la que éramos bastante más pobres, pero no perdamos de vista en que contexto social y económico se movieron.

Si todo va como se espera no pasará mucho tiempo para que podamos contemplar algunas de estas maravillas de dos ruedas en las salas del nuevo Museo de la ciudad.

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