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Las peores decisiones empresariales de la historia

Gracias al estreno de la película sobre la historia de Freddie Mercury y Queen, “Bohemian Rhapsody”, hemos podido conocer una de esas decisiones empresariales de las que el protagonista se arrepiente toda su vida.
En el film vemos cómo Ray Foster, director ejecutivo de la compañía discográfica EMI Records, rechaza editar el disco de Queen “A night at the Opera”, grabado en 1975, y además pone especial énfasis en impedir que la canción “Bohemian Rhapsody” fuera el single de lanzamiento del álbum. Su argumento podría ser hasta comprensible: se trata de una canción muy críptica, sobre cuyo significado aún se discute, y además dura más de seis minutos, el doble de lo habitual en radio, el mayor medio de difusión musical de la época.
 
El resto de la historia es bien conocido. El grupo rompió con la discográfica y lanzó el sencillo con otra compañía, convirtiéndose de inmediato en un éxito comercial que encabezó las listas de ventas en Inglaterra y Estados Unidos y lanzó definitivamente al estrellato a una banda que ya nunca se apeó de la cima. Recientemente, y gracias al impulso logrado con la película, hemos conocido que “Bohemian Rhapsody” se ha convertido oficialmente en la canción más escuchada y transmitida del siglo XX.
 
Son muchas las decisiones empresariales que podrían incluirse en este dudoso ranking de las peores de la historia. Por ejemplo, el rechazo de la casa discográfica Decca a un grupo formado por cuatro chavales de pelo largo procedentes de Liverpool que se hacían llamar The Beatles, o esas hasta doce editoriales que dijeron “No” a una joven autora inglesa que quería publicar un manuscrito sobre un niño con poderes mágicos llamado Harry Potter. La autora, obviamente, era J. K. Rowling, y su saga de libros le ha reportado más de 800 millones de euros de beneficios, ingresos que han sido mucho mayores en el caso de la editorial Bloomsbury, cuyo director aceptó publicar el libro porque se lo recomendó su hija pequeña.
 
En el mundo del deporte también hay casos sonados de malas decisiones, algunos con el mismo protagonista. El draft de la NBA de 1984 será recordado por el increíble error de los Portland Trail Blazers, que escogieron a Sam Bowie como número dos (Olajuwon, una estrella, fue el número 1) por delante de Michael Jordan. Bowie acabaría fracasando con estrépito mientras que Jordan se coronó con los años como el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos. No obstante, el propio Jordan tomó años después otra decisión de esas que se recordarán siempre: dejar el baloncesto, donde era amo y señor, para pasarse al béisbol. La aventura solo duró unos meses, pues su equipo le mandó a las ligas menores tras comprobar sus lamentables números como bateador, y Jordan no tardó en regresar a una NBA que volvería a dominar durante varios años más, pero al menos durante una temporada dejó de percibir su sueldo de estrella y los ingresos publicitarios acordes a su estatus.
 
El sector tecnológico, para concluir, tampoco es ajeno, ni mucho menos, a estos casos de decisiones erróneas, pero entre ellas hay una bien sangrante. En agosto de 2009, y tras una entrevista de trabajo, el responsable de Recursos Humanos de Facebook rechazó contratar a un ingeniero llamado Brian Acton, que meses después, y junto a su socio Jan Koum, lanzó una pequeña y sencilla aplicación para móviles llamada Whatsapp. 7 años después, en 2016, Facebook pago 21.800 millones de dólares a Acton y Koum para comprar su aplicación, en lo que ha supuesto una de las mayores compras industriales de la historia. Lo que se desconoce por el momento es cómo se sentiría al conocer la noticia ese director de Recursos Humanos, pues acababa de pasar a la historia como el reclutador con peor instinto de todo Silicon Valley.   

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