Que las mujeres se han visto regularmente silenciadas en la redacción de la historia universal de la sociedad, la cultura y el arte en su versión oficial es un hecho innegable. A ello responde, por poner un ejemplo, que desde hace ya bastante tiempo se venga denunciando que la celebrada Generación del 27 -que todos sin excepción estudiábamos en el colegio- sepultase durante décadas el recuerdo de la llamada Otra Generación del 27 (integrada en exclusiva por humoristas hombres) pero que durante todo ese tiempo nadie se acordase de aquellas susceptibles de ser consideradas como integrantes femeninas del equipo titular de dicha generación. De hecho, tuvo que armarse el reivindicativo proyecto de Las Sinsombrero para darles nombre y presencia más allá de un reducido número de especialistas en el tema; un proyecto, por cierto, del que resulta muy significativo que haya necesitado de hasta tres documentales para hacerles hueco a todas.
Pero esto, como digo, no es un fenómeno circunscrito a la historia de la literatura española de comienzos del siglo pasado; pues excede los límites espaciales y temporales, y también los literarios, con creces. Véase si no el muy recomendable volumen Historia del Arte con nombre de mujer, con el que el sevillano Manuel Jesús Roldán trata de poner los puntos sobre las íes al revelar con esta historia del arte alternativa algo que en realidad ya era vox populi: que los manuales canónicos se han venido escribiendo desde una perspectiva exclusivamente masculina. Y es que este historiador de arte y profesor de Secundaria hace gala de una especial querencia por explorar las fronteras y los rincones más ignotos de su ámbito de estudio, tal y como ya demostró en su anterior Eso no estaba en mi libro de Historia del Arte (una línea editorial de la que volveremos a hablar en breve, dicho sea de paso).
A partir de la máxima “Mira como una mujer y pinta como un hombre” que sentenció la figura y la obra de la pintora vanguardista francesa Émilie Charmy en pleno siglo XX, el autor desgrana la autoría artística femenina a lo largo de la historia arrancando con las seis mujeres artistas del mundo clásico mencionadas por Plinio el Viejo en su Historia Natural: Timarete, Aristarete, Olympia, Calypso, Irene e Iaia de Kyzikos; y alcanza hasta la escultora polaca Magdalena Abakanowicz, fallecida hace apenas cuatro años, y por tanto última de la relación según una secuencia cronológica aunque primera en orden alfabético. Entre una cala y otra hallamos un nutrido paseo por la Edad Media, el Renacimiento, el Barroco y los tres últimos siglos en el que la parte del león se la llevan lógicamente la pintura y en menor medida la escultura, pero donde también tienen cabida manifestaciones más recientes como la cartelería propagandística, la fotografía o el cine.
La obra en cuestión recopila una nómina de 129 artistas -sí, me he tomado la molestia de contarlas-, de las cuales el que esto firma solo cree reconocer a nueve: Louise Bourgeois, Leonora Carrington, Camille Claudel, Frida Kahlo -probablemente, la más popular de todas ellas-, Tamara de Lempicka, Maruja Mallo -una de las más destacadas Sinsombrero, precisamente-, Tina Modotti, Georgia O'Keeffe y Leni Riefenstahl. Y que alguien como servidor, que está muy lejos de ser una autoridad en la materia pero que tiene un marcado interés por el arte, apenas conozca un 7 % del listado dice mucho del ninguneo sistemático de la mujer que el presente libro, como ya supondrán imprescindible para cualquier interesado en el tema, pone de manifiesto y que en buena medida trata de enmendar.
También tiene mucho de reivindicativo el ensayo divulgativo Putas, brujas y locas, con el que Mado Martínez pone su granito de arena a la hora de recuperar episodios ocultos de la Historia de España, y que propone una suerte de historia alternativa protagonizada exclusivamente por mujeres que desafiaron las convenciones sociales e intentaron, con mayor o menor éxito según el caso, vivir sus vidas según sus propias convicciones y no según las imposiciones del poder establecido... el cual, ni que decir tiene, estaba ostentado siempre por hombres.
Para lograr su propósito, la novelista alicantina recopila doce episodios históricos de protagonismo femenino, de los que podemos destacar algunos: el recorrido comienza con la gallega Isabel Barreto, la primera (y todavía única) mujer almirante de la flota española, en pleno siglo XVI; y continúa con Elena de Céspedes, la primera cirujana del país -y primera mujer en casarse con otra, travestida por supuesto de hombre-; Catalina de Erauso, que escapó de un convento y sirvió a la Corona española sin que nadie sospechase que era una mujer, y cuyas vivencias dieron pie a una autobiografía, a la novela de Thomas de Quincey La monja alférez y a un par de adaptaciones cinematográficas; la Malinche que ejerció de intérprete entre Moctezuma y Hernán Cortés (y de la que ya hablamos al hilo del libro ilustrado de Gonzalo Suárez y Pablo Auladell); o la Beata Dolores, que tristemente ha pasado a la historia como la última mujer condenada por brujería por la Inquisición española y como tal quemada en la pira. Estas y el resto de convocadas constituyen una serie de mujeres cuyos nombres merecen y deben ser recordados.
A esta misoginia ancestral que de forma más o menos explícita denuncian los libros de Roldán y Martínez responde precisamente que a finales del siglo XIX surgiese una nutrida iconografía femenina en clave negativa. Así lo explica Erika Bornay en Las hijas de Lilith, ya un clásico contemporáneo de la divulgación feminista que se ha reeditado recientemente, y cuya tesis es que esta suerte de galería de femmes fatales trataba de contrarrestar las demandas cada vez mayores de una buena parte de la población femenina del planeta que no estaba dispuesta a seguir sometida a ciertas restricciones, entre ellas el veto al sufragio universal.
Para ello, Bornay alude al mito de Lilith -según la Biblia hebrea, la primera mujer de Adán, al que abandonó voluntariamente ante sus múltiples demandas- para considerar como sus descendientes directas a todas aquellas mujeres que se rebelaron ante el machismo imperante; para exponer a continuación cómo los fantasmas del miedo masculino respondieron ante esa mujer nueva e imparable. De esta forma, el legado de dichas mujeres quedó profusamente registrado (por parte de artistas hombres, claro) en las artes pictóricas y visuales desde finales del XIX en adelante a partir de antecedentes míticos, literarios y plásticos. Afortunadamente, Las hijas de Lilith cuenta con la edición ilustrada que merece; y pasearse por sus páginas es darse de bruces con múltiples encarnaciones del (supuesto) mal femenino en forma de prostituta, vampira, súcubo o fémina devorahombres. Y, de regalo, cuenta con un prólogo de la persona más idónea para tal menester: la escritora y divulgadora Pilar Pedraza. El resultado es un complemento perfecto al también recomendabilísimo manual de arte de Manuel Jesús Roldán... o viceversa, que para el caso es lo mismo.
Historia del Arte con nombre de mujer, Putas, brujas y locas y Las hijas de Lilith están editados por El Paseo, Algaida y Cátedra respectivamente.