Apaga y vámonos

Lástima de dinero

Inmersos de lleno como estamos en la farsa de las elecciones, y mientras dejamos que los diferentes partidos y candidatos se enzarcen entre sí por ver quién la tiene más larga (la promesa electoral) e insulten nuestra inteligencia con sus pueriles enfrentamientos, vamos a divagar hoy sobre los actores secundarios de este circo, es decir, las pobres criaturas que han sido designadas, sorteo electrónico mediante, como miembros de las mesas electorales.
Dejando de lado la oscuridad que se ha cernido sobre nosotros, los cotillas, que por culpa de la Ley de Protección de Datos nos hemos quedado por primera vez sin acceso al resultado del sorteo de los presidentes y vocales de mesa, con lo bonito que era eso de buscar en la lista el nombre de tu cuñado o el del vecino del cuarto para chotearte de ellos al ver que habían sido elegidos y se quedaban sin domingo, lo cierto y verdad es que las dramáticas circunstancias económicas que vive nuestro país deberían habernos obligado a replantearnos ciertas cosas, pero esto es España, señora, y aquí no hay neuronas que valgan. Las ideas se nos ocurren a los paisanos en la barra del bar a la hora del vermú –de hecho, ésta es de mi amigo Paco Ferriz–, pero por lo que se ve, entre nuestros gobernantes no hay atisbo alguno de vida cerebral.

Seamos sinceros: en la Edad de Oro del Ladrillo, e incluso ahora, al menos desde el punto de vista de todos aquellos afortunados que conservamos nuestro trabajo, que te tocara o te toque estar en una mesa electoral era y es una auténtica jodienda. Vale que te levantas algo más de 60 euros y te dan de comer, pero –al menos a mí, y creo que a muchos más– eso no nos compensa perder enterita una jornada de domingo, y máxime si estamos a finales de mayo y el día ha salido bueno, porque no hay euros que paguen un día de playa, la paellita en el campo con la familia o los amigos o una buena siesta de esas de tres horas tras zamparte tú solo dos platos y medio de canelones y una botella de vino.

Ahora bien, resulta que ni estamos ya en la Edad de Oro del Ladrillo ni muchos de nuestros amigos, vecinos y compatriotas conservan su puesto de trabajo. De hecho, hay muchas familias que, agotadas ya las prestaciones después de tres años de una crisis interminable, las están pasando canutas, y el domingo 22 de mayo se va a dar una circunstancia que a mí me parece, directamente, insultante: que personas que no lo necesitan se vean obligadas, a causa de un sorteo absurdo, a perder todo el día en una Mesa Electoral y, por el contrario, personas a las que les vendrían de perlas esos 60 euros –equivalentes, qué sé yo, a llenar la nevera una semana– pasarán una jornada más al sol pensando en lo bien que les habría venido ganarse un dinero casi caído del cielo.

Que sí, que ya sabemos que es muy difícil organizar esto y bastante tenemos con meter en el bombo a todos los ciudadanos con edades comprendidas entre los 18 y los 65 años y que sepan leer y escribir, pero no creo que fuera tan difícil –por esta vez, esperemos que pronto volvamos a querer escaquearnos todos– abrir una bolsa de voluntarios integrada por las personas en paro que así lo quisieran y dejar que sean quienes realmente lo necesitan los que se lleven un jornal que a más de uno le sacaría de algún apuro muy gordo.

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