Lecturas ismistas
Abandonad toda esperanza, salmo 605º
Desde que supe de su existencia, siempre me han gustado los ismos. Y no diré que me pasa desde que tengo uso de razón... pero casi. Vaya, que soy ismista. Y si alguien me pregunta por mi favorito -como imagino que responder que el surrealismo es demasiado conservador para un ismista de ley- contestaré que el dadaísmo, aunque de este precedente del surrealismo solo nos acordemos algunos profesores de humanidades, tres o cuatro artistas de vanguardia y un par de guionistas de cómics. Yo lo descubrí siendo adolescente gracias a uno de esos dos guionistas, Grant Morrison, y no tardaría mucho en leer los manifiestos de Tristan Tzara y quedar absolutamente fascinado por ese torbellino de libertad creadora. Lo que no supe hasta mucho después es que la paternidad de dadá era un asunto que todavía está lejos de aclararse: aunque Tzara siempre defendería que él había inventado la palabra repitiendo la afirmación da del idioma rumano, Hugo Ball fue quien la puso en negro sobre blanco por vez primera en uno de sus diarios. No obstante, hay quienes le atribuyen esta paternidad, o mejor dicho maternidad, a Emmy Ball-Hennings, musa de Ball. Entre quienes defienden esta tesis está Fernando González Viñas -el otro guionista de cómics a los que hacía referencia arriba-, que ha vuelto a reunirse con el eldense José Lázaro tras la estupenda El último yeyé para parir una nueva novela gráfica titulada El Ángel Dadá. En esta biografía de la artista alemana, guionista y dibujante plasman una existencia marcada por el deseo de vivir sin ataduras y por y para la expresión artística; una forma de entender la vida que la llevó de abandonar a su familia y cometer pequeños delitos a inaugurar el Cabaret Voltaire junto a Ball e impulsar así un capítulo fundamental de la historia de las vanguardias de comienzos del siglo XX. Una figura clave que, en el continuo proceso de reescritura que efectúan los libros de Historia, ha sido sospechosamente ninguneada, y que este espléndido cómic reivindica ahora con urgencia.
Si casi nadie se acuerda hoy del dadaísmo, no digamos ya de Hugo Ball o Emmy Ball-Hennings, es porque el surrealismo, en su intento de aproximarse a una supuesta realidad invisible más real que la aparente, terminó sepultando en el olvido a aquellos ismos previos y que habían nacido empujados por un espíritu anarquista y destructivo. De su fundador, André Breton -sobre el que, al parecer, recaen menos sospechas que en Tzara-, es sobre todo conocido su Manifiesto surrealista, donde define así al movimiento: "Automatismo psíquico puro, por cuyo medio se intenta expresar (...) el funcionamiento real del pensamiento (...) sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral". En cambio, bastante menos se ha leído por aquí El amor loco, texto inclasificable a medio camino entre el libro de memorias y el poema en prosa, y que acaba de reeditarse para alegría de los istas de lengua hispana entre los que, como ya les he dicho, me cuento.
Uno de los convocados en El amor loco es Luis Buñuel, por el que siento más devoción que la que sentían por William Faulkner los habitantes del pueblo de Amanece, que no es poco (otro hito del surrealismo). El aragonés fue quien, en colaboración con su amigo Salvador Dalí y casi sin pretenderlo, acabó filmando en 1929 el verdadero manifiesto del cine surrealista, Un chien andalou, aunque Entr'acte de René Clair se hubiera estrenado un lustro antes. Pero si aparece en la crónica de Breton es gracias a una de las mejores plasmaciones cinematográficas del amour fou que tanto enloqueció, valga la redundancia, a los surrealistas: L'Âge d'or. Considerada por el autor de Los vasos comunicantes como "la única tentativa de exaltación del amor absoluto tal y como yo lo concibo", es también una de las cimas de la filmografía de su autor y uno de los títulos sobre los que más veces vuelve el mexicano Carlos Fuentes en Luis Buñuel o la mirada de la medusa; texto que nació como una breve aproximación al film Belle de jour a cargo del autor de La región más transparente y acabaría siendo un ensayo más extenso sobre la obra del cineasta, y que a pesar de haber quedado incompleto se acaba de recuperar y puede leerse con sumo deleite. De esto último doy fe, aunque quizá no sea del gusto de todo el mundo; yo es que, ya les digo, soy bastante ista.
El Ángel Dadá, El amor loco y Luis Buñuel o la mirada de la medusa están editados por El Paseo, Alianza y Fundación Banco Santander respectivamente.