Leer o no leer…
El artículo firmado por Joaquín Rodríguez, Lectura y Democracia, aparecido en el número del mes de marzo pasado de Le Monde diplomatique, edición española, acaba con esta advertencia: Si la familia no está en condiciones de acostumbrar a sus hijos a leer como parte de un ejercicio de maduración personal, si las bibliotecas públicas no alcanzan la mitad de lo que debieran para fundamentar de manera verosímil la aspiración del contacto y la familiarización con la cultura, y si las bibliotecas escolares son más una excepción que una regla y, en todo caso, un espacio recreativo más que un lugar de trabajo, entonces es posible que nuestra democracia acabe resintiéndose, porque su salud depende en buena medida de la madurez del juicio de sus ciudadanos. Las democracias necesitan lectores, la democracia necesita lectura.
Pido disculpas por lo largo de la cita, pero considero que refleja muy bien lo que supone leer o no leer. El autor dice algo de suma importancia y es que la democracia se resiente si no hay buenos lectores, ya que éstos son los que van a interiorizar discursos, opiniones, argumentos... que se lanzan continuamente en los medios de comunicación, en los libros, en la televisión, y con los que hay que trabajar cotidianamente. En pocas palabras, una persona instruida, una persona que lee es una persona que puede formarse mejor un criterio sobre los hechos que ocurren y tiene una opinión más o menos elaborada sobre la realidad, y todo esto se puede conseguir a través de la lectura. Las democracias necesitan lectores porque es una manera eficaz de poder participar en los asuntos de la comunidad con un mínimo de rigor, de lo contrario seremos aspirantes a marionetas, y ya sabemos que sus hilos son movidos por otros.
Desde la escuela se intenta favorecer el hábito lector, desde las bibliotecas se realizan campañas de conciencia lectora así como una mayor proximidad a los libros, pero, como se apunta en el artículo, debe ser desde las familias desde donde se inicie esa práctica, aunque, claro está, si los padres no tienen ningún entusiasmo por la lectura difícilmente van a transmitir semejante valor a sus hijos. Por tanto, conviene a los poderes públicos que persistan en un mayor apoyo a la lectura, no solamente en el aspecto de ocio, sino, y sobre todo, en el aspecto de motor de conciencia ciudadana, ya que una persona que lee es una persona que piensa y que puede cuestionar actuaciones que no cumplen con la mínima categoría democrática y convivencia racional.
La imagen cautiva al ser humano, por eso la televisión es electrizante, seductora; mientras que la lectura requiere intimidad, un entrenamiento, un querer leer, un dominio de la voluntad. Leer es ir confeccionando el lenguaje que nos va a servir para razonar, para dialogar, para llegar o no a acuerdos, en suma, para la participación deliberativa en democracia. Piensen que cuando alguien no tiene recursos lingüísticos suficientes puede ser un candidato firme a ser más violento, pues su incapacidad verbal le predispone a la fuerza. Pensamos con palabras, y esos pensamientos son de calidad si los ingredientes que utilizamos son de buena calidad, por eso es triste oír expresarse a muchos jóvenes y no tan jóvenes casi con gruñidos, a golpe de exabrupto, con monosílabos y con frases prefabricadas, casi siempre procedentes de algún programa de la televisión, cuando no la increíble reducción de la lengua a la que los móviles someten a los usuarios. Lamentable.
Lo dicho, la democracia necesita lectores, la vida corriente necesita a esos ciudadanos que opinan con fundamento y critican la actuación de sus dirigentes y les obligan, en cierto modo, a reorientar su conducta. Proclama Joaquín Rodríguez en el artículo antes mencionado: No leer es abdicar un poco del estatuto de ciudadano.
Pues eso.