Aunque el oficio de escritor suele verse revestido de cierto glamur por parte de buena parte de la sociedad (la que aún no se ha enterado de que de esto no vive prácticamente nadie y que no ve más allá de Stephen King, J. K. Rowling o Arturo Pérez-Reverte), el devenir de su historia también está plagado de capítulos oscuros que tienen como nexo la búsqueda de la autodestrucción. Esto bien lo sabe el novelista, poeta y crítico literario Toni Montesinos, que ha dedicado buena parte de su vida profesional a pasearse por el lado más pesimista y salvaje de la historia de las letras universales. La respuesta a esta querencia tan particular podemos encontrarla en el prólogo autobiográfico, un texto descarnado y escrito a corazón abierto, de su más reciente ensayo: La letra herida. Un libro de subtítulo revelador -“Autores suicidas, toxicómanos y dementes”- que, les adelanto ya, no puede faltar en la biblioteca de ningún amante de la literatura del siglo XX que se precie de serlo.
En dicho prólogo, y tras la esclarecedora (anti)dedicatoria -“En olvido de mi padre, que me destruyó para siempre”-, Montesinos retrata la difícil relación que mantuvo con su progenitor; un vínculo marcado por el maltrato familiar y la total ausencia de cariño, empatía y protección. A continuación, el autor continúa en la misma línea pasando a glosar un gran número de los pesares sufridos por una larga nómina de ilustres escritores depresivos, dementes y/o adictos a las drogas más variadas. El primero es el italiano Cesare Pavese, que se suicidó en Turín a la edad de cuarenta y un años debido a un malestar existencial marcado por la temprana desaparición de su padre, la muerte de varios amigos durante la Segunda Guerra Mundial y una traumática ruptura sentimental. Y el último es el estadounidense William Styron, que sufrió de depresión toda su vida y a la que dedicó una memorable conferencia, “Esa visible oscuridad”, leída en el Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore.
Entre uno y otro, y por citar solo algunos de los muchos letraheridos (en sentido literal) que pueblan sus páginas, nos encontraremos con un gran número de escritores que abusaron de la bebida, con casos tan conocidos como el de Charles Bukowski (que hizo de su alcoholismo un estilema de su propia creación literaria); junto con otros con menos predicamento, como los del portugués Fernando Pessoa o el mexicano Juan Rulfo. Tampoco faltan quienes se rindieron al consumo de otras sustancias, muchas de ellas alucinógenas y en algunos casos recetadas con prescripción médica para tratar sus enfermedades mentales. Es este el caso de Truman Capote, los amigos beatniks Allen Ginsberg y Jack Kerouac, el esquizofrénico paranoide Philip K. Dick o el inventor del periodismo gonzo Hunter S. Thompson. Sé lo que están pensando: menudo plantel.
En primera instancia resulta curioso que en el libro de Montesinos no aparezcan demasiadas mujeres, pero tampoco debe de extrañarnos dada la dificultad que han tenido para dedicarse al quehacer artístico, no solo literario, a lo largo de la historia de la humanidad. Así, nos tropezaremos de forma puntual con los casos de Anne Sexton y Unica Zürn, ambos recogidos de forma breve. Junto a ambas, la única escritora que merece un capítulo aparte es, claro está, Virginia Woolf, que padecía lo que hoy conocemos como trastorno bipolar y depresión, y que acabó suicidándose a la edad de cincuenta y nueve años arrojándose a un río cercano a su hogar con los bolsillos de su abrigo llenos de piedras.
Dicho esto, es de justicia señalar que un complemento perfecto al capítulo que aquí se le dedica es la lectura de Memorias de una novelista, librito breve en extensión pero grande en alcance que cuenta con una edición reciente con traducción de Blanca Gago. Pese a lo que pueda sugerir su título, no estamos ante una suerte de autobiografía de su autora, sino un relato de ficción protagonizado por dos personajes de su invención: la señorita Willatt y la señorita Linsett, una escritora y su biógrafa respectivamente. Ambas protagonistas sirven a la autora de Las olas para reflexionar tanto sobre el papel que juegan los escritores y sus creaciones en el mundo como sobre la naturaleza del mismo concepto de biografía. Un concepto de definición tan escurridiza como demuestra el ensayo de Toni Montesinos desde su, insisto, descorazonador prólogo; un ensayo que se suma al relato de Virginia Woolf como las dos recomendaciones de esta semana.
La letra herida. Autores suicidas, toxicómanos y dementes y Memorias de una novelista están editados por Berenice y Nórdica respectivamente.