Limusinas
Abandonad toda esperanza, salmo 343º
Me pillan ustedes ahora mismo a mitad de un libro de Don DeLillo, del que hasta el momento solo había leído una de sus novelas menos conocidas y, por lo visto, también menos representativas al ser toda una rara avis en su producción: para empezar, por su extensión concisa, Body Art es en realidad lo que los franceses llaman una nouvelle y aquí llamamos una novela corta o un relato largo, según nos dé. Precisamente en estos momentos lo que ando leyendo son sus cuentos completos: El ángel Esmeralda. No esperen un tocho de los de hacer pesas: como decía, el autor de Ruido de fondo es más proclive a las historias de largo recorrido y solo ha escrito nueve relatos durante algo más de treinta años de carrera. Aquí están todos, agrupados al gusto del escritor y dispuestos a ganarse el aplauso de los lectores españoles después de cosechar los elogios de colegas como Martin Amis o Paul Auster. No son relatos fáciles, aviso, pero bien valen la pena el esfuerzo y confirman a su autor como un fiel notario del horror contemporáneo.
Aunque no hayan leído nada suyo, si han ido últimamente al cine quizá les suene el apellido de este autor de haberlo leído en el cartel de Cosmópolis al mismo tamaño que los del director David Cronenberg y el actor Robert Pattinson. Sí, el vampiro sosainas de Crepúsculo, que en busca y captura de un cierto prestigio como intérprete y dispuesto a convencer a un público con el que no está acostumbrado a tratar (esto es, espectadores de ambos sexos y de más de dieciséis años), se ha puesto en manos del cineasta canadiense para trasladar a la gran pantalla de forma bastante fidedigna la novela de este escritor neoyorkino. El relato está protagonizado por un joven corredor de bolsa empeñado en cruzar la Gran Manzana a bordo de su limusina con la única finalidad de cortarse el pelo en su barbería favorita el mismo día en el que la visita del presidente del país lo ha puesto todo patas arriba. Un personaje, el encarnado con acierto por Pattinson, que no se aguanta a sí mismo y que en su búsqueda de algo real y tangible que sentir acaba perdiendo su humanidad.
Cuando Cosmópolis se estrenó en Cannes muchos se hicieron eco de una curiosa coincidencia: la elección por parte de dos directores de la limusina como símbolo de la decadencia de la sociedad de consumo occidental. El otro cineasta era el francés Leos Carax, que llevaba la friolera de trece años sin dirigir un largometraje, y que regresaba triunfalmente con Holy Motors de la mano de su actor fetiche Denis Lavant, que aquí interpreta un puñado de papeles que en realidad son uno solo: el de un misterioso actor que a bordo de una limusina que también hace las funciones de camerino se disfraza adquiriendo apariencias variadas y viviendo vidas diferentes. Así, Carax diluye la personalidad del individuo hasta hacerla desaparecer en un discurso esquizofrénico que no habría disgustado al mismísimo Luis Buñuel (la presencia de Edith Scob y Michel Piccoli no me parece casual), y que me recordó a una de mis películas favoritas: Tres vidas y una sola muerte, del malogrado Raúl Ruiz y con un inconmensurable Marcello Mastroianni. Como aquella, y como el film de Cronenberg y la obra de DeLillo, Holy Motors no es para todos los públicos, pero como suele decirse, y esta vez más apropiadamente que nunca, merece sobradamente el viaje. De igual modo, Carax es un autor al que vale la pena seguir: quizá no sea el mejor, pero sin duda es, como Cronenberg y DeLillo, la clase de autor que una sociedad como la nuestra se merece.
El ángel Esmeralda está editado por Seix Barral; Cosmópolis y Holy Motors se proyectan en cines de toda España.