Llevaba un maletín, lo que parecía indicar que trabajaba en ventas puerta a puerta
Eran las 7:30 de la mañana cuando sonó el timbre de mi vecina del rellano, la anciana señora Mariana, cuya puerta está justo frente a la mía. Su timbre suena impertinentemente fuerte ya que la pobre está bastante sorda y vive sola desde que su marido murió hace unos años de una tonta caída jugando a la petanca y poco después su único hijo se trasladó a otra ciudad por una oferta de trabajo.
Me acerqué a la mirilla sin dejar mi taza de café, y lo que vi fue la espalda de un hombre de mediana edad vestido de impecable traje. Llevaba un maletín, lo que parecía indicar que trabajaba en ventas puerta a puerta, pero algo en el conjunto no cuadraba. Pude ver un momento su perfil cuando hizo el gesto de girarse para mirar la hora en su reloj. Era quizá algo mayor para ese trabajo, y resultaba demasiado impoluto y perfecto. El sujeto insistió, lo que me irritó, y ya estaba tentada de salir y disuadirlo, cuando mi vecina abrió la puerta y se asomó sin quitar la cadenilla. La señora Mariana tenía el pelo enmarañado y llevaba su albornoz de mariposas, lo que era claro síntoma de que el timbre la había obligado a levantarse. [Pausa.] Y a partir de ese momento todo fue como caer en una espiral hipnótica. El sujeto se presentó diciendo que era el nuevo vecino del 1º B. Hizo el gesto de levantarse el sombrero a modo de saludo aunque no llevaba ninguno. A continuación añadió con entusiasmo lo contento que estaba de pertenecer a nuestra comunidad, de la que tenía suficiente y variada información como para saber que era una comunidad sencilla y unida, y apoyando el maletín sobre la parte superior de su pierna derecha, que había elevado quedándose plantado únicamente sobre su pierna izquierda con una habilidad que parecía de malabarista, lo abrió y extrajo diligentemente un legajo de papeles. Después cerró el maletín y, al tiempo que recobraba el apoyo en las dos piernas, lo dejó junto a la derecha. Desde atrás reconocí el característico movimiento de sacar unas lentes del bolsillo superior de la americana y colocárselas con una mano, lo que hizo con la misma habilidad espeluznante que lo de abrir el maletín. Después enumeró en dos o tres minutos y de la forma más exhaustiva y a la vez sintética la columna vertebral de la vida de la señora Mariana sin dejar ningún detalle trascendental ni unas cuantas intimidades que era evidente que a la señora Mariana horrorizó que el sujeto supiera. Cuando finalizó, se guardó las lentes y sacó de debajo de los papeles un panfleto que alargó hacia la señora Mariana. Ella estaba petrificada, y solamente alcanzó a preguntar que qué era aquello. El sujeto, mientras mantenía su brazo derecho atrozmente rígido, dijo que era un regalo como agradecimiento por su hospitalidad, una sencilla aunque magnífica guía comparativa de los costes funerarios en todas las empresas del sector en la provincia. La señora Mariana lo cogió como si no tuviera otra opción, y el sujeto guardó los papeles en su maletín con la misma pericia anterior mientras le confesaba, inclinando ligeramente su cabeza hacia mi puerta, que al día siguiente visitaría a su vecina de rellano. Después volvió a hacer el gesto del sombrero y se lanzó escaleras abajo con un optimismo que ponía los pelos de punta. [Pausa.] Esa misma tarde me mudé a otro barrio.