Lo importante es participar
Abandonad toda esperanza, salmo 396º
O eso dicen, aunque no siempre sea consuelo suficiente para el que pierde. Por lo visto, a Dustin Hoffman le da lo mismo que le den un Oscar o no: según él, lo importante es ser nominado, porque significa que su labor es lo bastante buena como para que se la recuerde entre otros cientos de interpretaciones de la temporada; pero que una vez se es nominado, ya es casi una lotería que los votantes de la Academia premien a uno u otro de los cinco candidatos al galardón. Esta reflexión viene al hilo de que el pasado lunes se concedieron los Globos de Oro y apenas hace unas horas conocimos las candidaturas a los próximos Oscar. En relación a estos últimos premios, a priori parece bastante claro que el asunto está entre 12 años de esclavitud, Gravity y la todavía inédita aquí La gran estafa americana, filmes cuya calidad no pongo en duda pero que se me antojan menores que las dos películas que quiero recomendar hoy, y que curiosamente cuentan con menor número de nominaciones (una de ellas, alguna mención apenas anecdótica). Se trata de dos cintas aparentemente contrapuestas, en la medida en que una es la historia de (al menos en teoría) un ganador, mientras que la otra se decanta por mostrarnos la vida de un perdedor, uno de esos losers tan queridos por el cine norteamericano independiente.
Y no sé qué pensará al respecto Martin Scorsese, pero Joel e Ethan Coen ya han confesado en más de una ocasión que las historias protagonizadas por triunfadores no les interesan. Así lo vienen demostrando desde que debutaran con Sangre fácil, pasando por el dramaturgo Barton Fink, los varios protagonistas de No es país para viejos o los personajes encarnados por Jeff Bridges en El gran Lebowski y Valor de ley. Ahora, A propósito de Llewyn Davis se centra de nuevo en el devenir de otro perdedor: un músico en horas bajas que no logra triunfar justo en el momento en que otro cantante de estilo parecido, y de nombre Bob Dylan, está a punto de salir al escenario para acabar convirtiéndose en una leyenda viva de la música popular. A la hora de escribir el guion, estos hermanos tan bien avenidos se inspiraron en la vida de Dave Van Ronk, al que solo recuerdan los fanáticos de la música folk o colegas como el propio Dylan, que compartió escenario con él e interpretó algunas de sus canciones. Es una lástima que Van Ronk falleciese hace más de una década, puesto que es más que probable que la película resucite el interés por su legado como el documental Searching for Sugar Man hizo por el hasta hace nada desaparecido Sixto Rodríguez, y aquel no estará aquí para verlo. Los que sí disfrutan del éxito son los Coen, que consiguen su trabajo más depurado ofreciéndole el rol de protagonista absoluto a un personaje, encarnado a la perfección por el guatemalteco Oscar Isaac, cuyas características parecían condenarlo a ser un secundario de su propia historia como lo es de la escena musical de su época.
Si los hermanos Coen solo se inspiran en un caso real, un maestro como Martin Scorsese se centra en la historia verídica y contrastada de Jordan Belfort, un corredor de bolsa que se enriqueció gracias a su talento como vendedor y acabó delatando a todos los socios y clientes que pudo para reducir la condena que le tenía reservada el FBI. "Que yo recuerde, desde que tuve uso de razón siempre quise ser un bróker": así podría empezar El lobo de Wall Street, en la medida en que con ella el veterano director -que, para desesperación de sus seguidores, amenaza con retirarse dentro de dos o tres películas más- nos ofrece un remedo de Uno de los nuestros sustituyendo a mafiosos por vendedores de acciones y cambiando la violencia descarnada y los ajustes de cuentas por fiestas desmadradas y orgías sin fin... Un elemento este último que ha generado cierta polémica entre los sectores más mojigatos del público estadounidense, y que podría suponer el único obstáculo a la hora de evitar que Leonardo DiCaprio, aquí en su mejor interpretación hasta la fecha, gane el Oscar por el que lleva clamando desde hace años en una película tras otra. Por mi parte, que se lo den ya, y no solo por cansino sino también porque esta vez se lo merece de verdad.
De los dos filmes en cuestión, aún no sé cuál me gusta más. A veces tengo la sensación de que El lobo de Wall Street carece de mérito, aunque solo sea porque a estas alturas su director parece capaz de rodar como nadie con el piloto automático puesto; mientras que todavía no he conseguido desentrañar esa magia de A propósito de Llewyn Davis que tan fascinado me tiene. Pero luego caigo en la cuenta de que la película de Martin Scorsese dura la friolera de tres horas y volvería a empezar a verla desde el minuto uno en cuanto finalizan los títulos de crédito. Sea como sea, mi recomendación pasa por no elegir: la única manera de salir ganando con seguridad es ir al cine a ver tanto una como la otra. Y, al igual que sucedió el año pasado con La noche más oscura y The Master (que se estrenaron en el ya lejano enero de 2013), ya verán como cuando toque recordar lo mejor del cine del 2014 Llewyn Davis y Jordan Belfort estarán entre los ganadores.
A propósito de Llewyn Davis y El lobo de Wall Street se proyectan en cines de toda España.