Lo miré y fue como si me metieran a la fuerza en una película
Acércate a la cama. [La voz está emborronada por la fatiga y cierta melancolía.] He pedido que nos dejaran a solas porque quiero hablar contigo de algo importante, ya que, como ves, me quedan pocas horas de vida. Escucha y no digas nada. Lo que voy a contarte puede parecerte raro, pero tienes que prometerme que cumplirás lo que al final voy a pedirte, ¿de acuerdo?
Siéntate. [Mira el techo y traga con dificultad. Vuelve a inclinar la cabeza y mira a su nieto.] Cuando yo tenía tu edad, mi abuelo, momentos antes de morir, me llamó a su cama como yo a ti y me susurró al oído el bote está en el almacén; protégelo: será el trabajo de tu vida
No tenía ni idea de lo que me estaba hablando, pero era su última frase, y me invadió un sentimiento de responsabilidad hacía él, hacia su última voluntad o lo que fuera. De modo a que a los pocos días, cuando ya le habíamos enterrado y se había normalizado la vida en casa, fui al enorme almacén y busqué el bote. Después de más de una hora de revolver infructuosamente bolsas, cajas de cartón y estanterías, y cuando ya contemplaba la posibilidad de abandonar porque me picaba todo el cuerpo debido al polvo y los ácaros y vete tú a saber qué otros microorganismos feos y repulsivos a mirada de microscopio, mi suerte cambió. [Tose un par de veces con desgana.] Encontré el bote dentro de una antigua bolsa de papel. Era de cristal transparente conteniendo aproximadamente un litro de líquido, una solución parecida a la orina, y parecía realmente de una época muy antigua e indeterminada. Lo levanté para ver mejor lo que creía que estaba viendo, y fue como si me metieran a la fuerza en una película. En el fondo había dos dedos humanos. Aparentemente un índice y un pulgar, y no me hizo falta ser médico forense para saber que eran auténticos. [Se tapa la boca con la mano temblorosa y parece hacer un esfuerzo por ordenar algunos elementos en su cabeza, pero por las contracciones de la mandíbula, no es fácil saber si lo ha conseguido.] Y así se convirtió mi vida, o la convirtió mi abuelo al entregarme el bote, en una misión extraña y especial. Yo tenía 21 años, dos más que tú, y, aunque nadie lo ha sabido nunca, toda mi existencia ha girado alrededor del bote. Tenerlo ha sido, como él predijo, el trabajo de mi vida. Me hizo diferente. Me marcó indeleblemente con una actitud o voluntad o gracia que yo desconocía que pudiera poseer, y siempre estuvo silenciosamente presente en todas las decisiones que he tomado hasta hoy. Al protegerlo, al esconderlo, al ser consciente de lo excepcional que me hacía, el bote guió mi vida. Y ahora tú continuarás este trabajo y guiará la tuya. Busca el bote en el sótano, en el viejo armario de tu abuela. No necesitas saber nada más. No importa de quién fueron esos dedos. Ni cómo llegaron al bote. Yo tampoco lo he sabido nunca. Ni si son el resultado de un acto de injusticia o pecado o virtud. Solo tienes que poner todo tu ser en el compromiso que te pido y tu vida cambiará. Llámalo fe; o el soplo de la civilización. Lo de menos es cómo lo llames.