Cultura

Lo que queda afuera

Me vuelvo loco con toda esta maquinaria que nos rodea. Tecnología. Quizás mis escrúpulos aumentaron el día en que mi móvil dejó de funcionar: mezcla de pesadumbre, desconfianza, sentimiento de pérdida y desasosiego.
Quizás entonces comenzaron a volver a la pantalla principal de mis pensamientos aquellas ideas sobre la subjetividad de la maquinaria. Subjetividad. Sí. De la que advertían los filósofos durante el pasado siglo. Maquinaria subjetiva. Aunque a simple vista parezca una contradicción, una unión imposible de términos. Una conspiranoia cada vez más plausible. Aunque al respecto sólo nos hayan confesado la programada obsolescencia de materiales y mecanismos. En nuestra tontuna los discursos de vendedores como el fallecido Steve Jobs los hemos tomado como cháchara publicitaria, pese a que él mismo asegurase que sus productos nos “obligarían” a pensar y a actuar (organizarnos, intuir, comunicarnos) de un modo diferente al acostumbrado.

Maquinaria subjetiva. Parece un concepto peligroso que debería ser capaz de mantenernos alerta: prudentes frente a una posible invasión de nuestras vidas llevada a cabo con la antigua estrategia del caballo troyano. Prudentes por el momento, pese a ser evidente que apenas vemos cómo el mundo cambia a nuestro alrededor. Cada vez menos capaces de apreciar la caricia del viento, el olor de los arbustos y de la tierra. Cerebros conectados. Con otros cerebros en el mejor de los casos. Sintiéndonos más persona, eso sí. Más Yo. Más Yo con el resto. Más ubicuos. Por contra vivimos la esclavitud del cargador de batería, de las notificaciones de las distintas redes sociales, de la revisión del correo electrónico, de las actualizaciones, del desembolso de las cuotas telefónicas mensuales… Cada vez más en Matrix. Cada vez más carne afuera y protocolo y libertad adentro. Un triunfo de una estrategia mundial, pero sin la sinceridad del programa SETI. Y, ¿qué queda afuera? Un mundo que no nos pertenece. Ya apenas nada. Basta un breve seguimiento de las noticias nacionales e internacionales para confirmar que ahí afuera, donde queda la carne y la tierra, hay un hermoso mundo perdido: acaparado por la especulación, la política, los intereses empresariales… Un mundo donde no somos nada, ni siquiera un voto.

Podría ser que la pérdida de mi móvil me haya inclinado hacia el pesimismo. O hacia la lucidez. Ambas posturas justificarían lo que siento cuando mastico las noticias del día a día. Lo que siento cuando la imagen de nuestra representación electa aparece en televisión balbuceante, o sonriente, o evasiva; como si las imágenes con las que se codean no existieran: desempleo y desahucios, subidas de impuestos y recortes, impago de salarios y grandes fastos, incendios y competencias triplicadas e ineficaces, insolidaridad y tratos privilegiados. Más cerca del pozo, más intenso el olor a mierda, más oscuridad y, entonces, la voz al final del túnel: “debéis hacer un esfuerzo, trabajad más y cobrad menos…”. Pero, entonces... Un pitido. El whatsapp…

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