Lo que se ve y lo que no
Como usuario activo en redes sociales y de internet no dejo de sorprenderme. Recuerdo que cuando comencé en esto, hace ya 21 años, supuso un choque en mi línea de flotación. Fue en la universidad y aquello me parecía alucinante. Las primeras conexiones en esos ordenadores de la facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Cádiz. Y por ejemplo, me llevaban a leer noticias que se producían de manera casi inmediata en cualquier lugar del mundo. Una especie de máquina del tiempo llamada módem a 56 k.
Internet es como todo, un lugar de aprendizaje, de debate, de ilusiones y desazones. Aquella vez que conseguí comprar unos billetes de avión desde mi casa experimenté la misma sensación que debió de sentir Hillary al coronar el Everest, sin tanto esfuerzo, eso sí. O aquella otra en la que me creí que una empresa de comunicación me iba a pagar un dineral por responder un cuestionario sencillo. Gracias a la red conseguí entender que el mundo es más pequeño de lo que pensamos, que hay personas con intereses y preocupaciones similares a las tuyas y las tienes a golpe de clic.
Si hago balance, ahora mismo no puedo concebir mi vida sin esta maraña, aunque a veces la aborrezca y la necesidad de apagar sea mayor que la de estar en permanente conexión. Porque a decir verdad, la sensación de perderme por los campos y huertas, por el cañón del Júcar que tanto me gusta o por cualquier rincón a donde no llegue un ápice de cobertura me llena bastante más que otra cosa.
Porque la red además me permite explorar el mundo desde el sofá, saber de auténticas maravillas conocidas o no que tenemos más cerca de lo que creemos. En internet está todo, o casi todo. Aunque parezca mentira, hay cosas que la red no muestra, al menos todavía. Esa ermita recóndita de la que nadie habla, esas pinturas rupestres de las que has jurado no compartir su ubicación con nadie para evitar que sean destrozadas por insensibles, o esa encina centenaria que no aparece en ninguna guía de viaje y permanece enhiesta viendo pasar años y pájaros. Eso es lo que me gusta, lo que no está y puede que nunca esté.
Internet me fascina, aunque quizás lo que más me maravilla es aquello que no es capaz de enseñarme.