Fuego de virutas

López

Cada uno construye sus universos desde donde quiere y con lo que quiere. Un día son las calles como desiertos imposibles, otro día parras o membrillos. Éstos, del veranillo tardío de san Miguel. Ahora flores... Sea Tomelloso, abierto en horizontes; sea Madrid, también en horizontes abiertos hacia cualquier Campo del Moro o Madrid abierto hacia Madrid, todo en Antonio López es universo. Carmen jugando con juguetes en una terraza rural y Antonio jugando a pintar en las terrazas urbanas. Retrospectivas de la capital. O del pueblo. Asomándose a un vacío de cuerpos buscando cuerpos que sean cuerpos. Esos que no aparecen en lo urbano transmutándolo de lo real a lo irreal.

Ciertamente, la realidad que es, no es. Porque no existe –por lo menos nosotros no la conocemos– realidad urbana sin urbanitas que la pueblen. Hasta las maquetas de las inmobiliarias representan personas y coches. En las pinturas urbanas de López no. Sólo arquitecturas, infraestructuras y mobiliario de lo urbano. Y tampoco existe ciudad –por lo menos nosotros no la conocemos– sin los automóviles. López juega con nosotros complicándonos con esa realidad muchas veces tan perfecta que sólo es realidad aparente. Un frigorífico abierto, magnífico y nostálgico, aun titulándose "Nevera nueva", parece, exageradamente abierto, desperdicio. Y son desperdicio las estancias, baños blanquecinos o crema donde aunque faltan las cucarachas, se intuyen. Espacios de dejadez que convierten lo real en surreal, porque donde no aparece la vida, ya lo hemos dicho, no puede caber la realidad que conocemos. Espacios como de después de una hecatombe biológica universal, espacios sin supervivientes, inhumanos por ser anekumene. Misteriosos. Las preguntas saturan al espectador seducido por una realidad que, acostumbrado al tráfago urbano, no puede concebir sólo como tramoya.

Pero López es más López que estas perspectivas y realidades. López es López prematuro –López que fue– y López futuro –López que será–. En el prematuro, ya prodigio, es especialmente pintor familiar y, tanto los retratos como los paisajes, nos recuerdan el dominio del arte aprendido, culto a una herencia y tradición milenarias. Y constatación de una voluntad inequívoca de ser pintor. En el futuro, de momento flores en pintura y cabezas de nietos en escultura. La descendencia es futuro y también retrospectiva. Porque lo reciente devuelve a López a lo familiar. Decimos escultura porque López es también escultura. Y si en los paisajes urbanos no sale el ser humano, acaso sólo el espectador en condición de supuesto superviviente, en la escultura sólo es el ser humano lo que obsesiona al autor, tentado, si no se puede ser Dios, de que algún Dios aliente o encienda a la vida esas formas que parece que la tienen. Formas que en el caso de "Hombre y mujer" han sido creadas entre 1968 y 1994, prácticamente con la misma lentitud con la que la naturaleza construye un cuerpo auténtico. Formas que impresionan como ese reciente "Hombre tumbado" que sientes respirar. Formas que emocionan como esa "Eva" que crece.

López, nada perezoso, es tanto escultor como pintor entretenido en el tiempo, artista sin prisas esperando, particularmente en la pintura, que se repita el momento –la luz– si bien irrepetible, más próximo a la última vez. Por ello la vuelta a algún cuadro es vuelta apenas de horas, en un día concreto, esperando un año. Así para llegar al final hasta la próxima vez en la que se aproximen las circunstancias. "Gimnasia de años", dirá López sobre su quehacer.

Madrid, el Thyssen-Bornemisza, acoge este quehacer hasta el 25 de septiembre. La ciudad que duerme, no duerme. Provinciano en la capital, provinciano de la capital, provinciano universo. Nosotros provincianos. Como López.

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