Los bostonianos
Abandonad toda esperanza, salmo 552º
Aunque es obvio que no tengo el talento como narrador de Henry James, hoy quisiera contarles una historia protagonizada por dos hermanos que muy bien podría titularse con el lema que encabeza estas líneas... y que dada su extensión también podría haberse publicado por entregas, como muchas novelas de aquel. Permanezcan atentos, porque algunos personajes se entrecruzan unos con otros y no resulta difícil perderse.
Timothy y Christine Anne se conocieron y se enamoraron. Él ejercía de trabajador social; ella era maestra de escuela. No tardaron en casarse, y de su relación nacieron dos hijos: el primero fue bautizado como Benjamin Géza -su segundo nombre respondía a un homenaje a un amigo de la familia-, y llegó al mundo el 15 de agosto de 1972; tres años después, y cuando faltaban tres días para el tercer cumpleaños de su hermano mayor, nació otro bebé para el que tampoco faltaron nombres exóticos o con reminiscencias de otras culturas alejadas de la estadounidense: Caleb Casey McGuire.
Aunque durante su infancia Benjamin vio a su padre convertido en un alcohólico cuya adicción acabaría llevando al matrimonio a separarse, saber de la labor de su progenitor como director y actor de la Compañía de Teatro de Boston (la familia vivía muy cerca de allí, en Cambridge) durante los años sesenta fue lo que quizá le impulsó desde muy joven a querer dedicarse al mundo de la interpretación. Su primera oportunidad le llegó de manos de una famosa cadena de restaurantes de comida rápida (esa en que están pensando no, la otra), para la que protagonizó un anuncio. No se trataba, en efecto, de un debut muy glamuroso, pero el tenaz muchacho -al que todos llamaban 'Ben'- no dio su brazo a torcer y se convirtió en actor de cine: tras una oscura etapa como intérprete infantil y varios papeles sin acreditar, ya en los años 90 obtuvo una mayor presencia en una cinta del hoy reputado Richard Linklater y en un par de títulos del hoy denostado Kevin Smith. Este último se convirtió en amigo y colaborador habitual, y en sus filmes Ben se reencontró con uno de sus mejores amigos de la infancia, de nombre Matthew Paige, dos años mayor que él y bostoniano de pura cepa.
Los críticos y el público pronto le echaron en cara a Ben su escasa variedad de registros, pero el actor no se rindió y siguió rodando y estrenando con bastante asiduidad. No obstante, lo curioso del asunto es que el reconocimiento le llegó ejerciendo otros menesteres: su amigo Matthew, Matt para el resto del mundo, y él escribieron el guion de una película que también protagonizaron y que titularon El indomable Will Hunting. Por la redacción de este libreto, la Academia de Hollywood les dio un Oscar a cada uno. Fue entonces cuando Ben Affleck pudo haberse planteado la posibilidad de que quizá no había nacido para ser actor, sino para desarrollar otros proyectos de forma mucho más creativa. Sin duda, muchos espectadores habrían apoyado tal decisión... a diferencia de lo que le ocurría a su amigo del alma, Matt Damon, que enlazaba un proyecto interesante tras otro y recibía comentarios elogiosos por casi todos ellos.
Por su parte, el caso de su hermano Casey Affleck fue bien distinto: al margen de su participación en la trilogía de Danny Ocean con un papel secundario, en su carrera no podían hallarse taquillazos y blockbusters comparables a los de su hermano, como Armageddon o Pearl Harbor. Pero, en cambio, los críticos no le recriminaban lo que a aquel y saludaban con entusiasmo muchas de sus interpretaciones; tanto es así que pronto fue conocido como "el bueno de los hermanos Affleck" gracias a su labor en filmes como El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford o Adiós pequeña, adiós, cinta esta última dirigida precisamente por su hermano mayor. Y es que, sin abandonar su trabajo frente a las cámaras, el primogénito de los Affleck decidió asegurarse su futuro en la meca del cine con el mejor plan de pensiones que pudo concebir: el mismo que, con mayor o menor éxito, pusieron en marcha en su día Eastwood, Beatty, Redford, Costner o Gibson.
Y así llegamos hasta el presente, con una cartelera donde coinciden dos estrenos que prolongan esta relación dual de los Affleck con crítica y público. Empecemos por Ben, que con Vivir de noche nos ofrece su tercer thriller dirigido y protagonizado por él mismo -en el citado Adiós pequeña, adiós aparecía su hermano pequeño pero no él-, y donde vuelve a adaptar, como en su debut, una novela negra de Dennis Lehane, esta vez perteneciente a la trilogía mafiosa protagonizada por Joe Coughlin y a la que pone fin la reciente Un mundo desaparecido. Resulta lógico que haya sido menos aplaudida que sus trabajos previos, The Town y Argo, pero no es ni mucho menos un film desdeñable: se trata de un relato de gángsters a la antigua usanza, para el que su principal responsable parece haberse inspirado no en ese título del género que ha condicionado casi todo lo que se ha hecho después dentro del mismo (y buena parte de fuera) -y me refiero, claro, a Uno de los nuestros-, sino en la portentosa trilogía de El Padrino de Coppola, aplaudida hasta la saciedad pero algo olvidada de un tiempo a esta parte por los nuevos realizadores en comparación con el muy influyente film de Martin Scorsese. De lo que no hay duda es de que en Vivir de noche (que además de dirigir y protagonizar también escribe y produce) vuelve a hacer gala de su mayor carencia y sus principales virtudes: el hieratismo interpretativo y el pulso tras la cámara, sobre todo en las brillantes (y vibrantes) escenas de acción.
Además del Boston del pasado retratado en el film noir de Affleck podemos disfrutar del Boston actual que el cineasta Kenneth Lonergan refleja en Manchester frente al mar, esta sí una de las principales candidatas a ser capaces de destronar a La La Land en la inminente ceremonia de los Oscar. Colaborador del citado Scorsese en el guion de Gangs of New York y casi un protegido del mismo, hasta la fecha Lonergan solo ha dirigido tres largometrajes en quince años: Puedes contar conmigo, Margaret y el que nos ocupa, un relato intimista sobre la pérdida de los seres queridos y las distintas formas en la que los supervivientes conviven con el duelo. Desconozco los trabajos anteriores del guionista y realizador, pero el más reciente lo confirma como un sagaz observador de la conducta humana, un excelente escritor de diálogos y sobre todo un portentoso director de actores, que extrae petróleo de todos los intérpretes, con mención especial para un Casey Affleck que ya ha ganado el Globo de Oro y que por tanto se perfila como favorito en la categoría de mejor actor protagonista del año en los premios de la Academia. Desde luego, lo tengo marcado en mi quiniela y mucho me extrañaría equivocarme esta vez.
Al margen de contar con el protagonismo de los Affleck y de que las dos películas me parecen más que recomendables (más la Casey que la de Ben, bien es cierto), ambos estrenos tienen otro rasgo en común: están producidos por los actores que iban a protagonizarlos en primera instancia, pero que por otros compromisos laborales tuvieron que reducir su implicación en sus respectivos proyectos. En el caso de Vivir de noche, es Leonardo DiCaprio quien iba a encarnar por segunda vez un personaje de Lehane (la primera vez fue en Shutter Island, dirigido precisamente por Scorsese) a las órdenes de Affleck, el cual tras el abandono de aquel y de forma humilde se sometió a una suerte de prueba ante el autor del libro original para que este le diera o no su visto bueno; el resultado de dicha prueba, a la vista está. En cuanto a Manchester frente al mar, era un proyecto concebido por Lonergan para el lucimiento de, vaya por dónde, Matt Damon, pero este decidió embarcarse en el Marte de Ridley Scott y sugirió que le sustituyera el hermano menor de su mejor amigo. La que sí se mantuvo desde el comienzo como esposa del protagonista es Michelle Williams... que, miren qué casualidad, encarnó a la mujer de DiCaprio en la mencionada Shutter Island.
Pero olviden ese lío que no va a ninguna parte y quédense, para reflexionar, con las absurdas acusaciones que algunos han vertido sobre Manchester frente al mar y su director, al que han acusado de ser un supremacista blanco (!) por su retrato de la clase media de Manchester-by-the-sea, la pequeña localidad bostoniana donde transcurre buena parte del relato. De Ben Affleck no han dicho nada, a pesar de que centrar su relato en los enfrentamientos entre la mafia irlandesa y la italioamericana en el Boston de los años veinte dejaba fuera de campo a la población negra durante buena parte del metraje; imagino que se lo han perdonado gracias al largo episodio de Tampa, Florida, donde aparecen varios personajes cubanos y entre los que destaca el de la actriz Zoe Saldana, de ascendencia dominicana y portorriqueña. Para compensar a este público obsesionado con la discriminación positiva, y entre los que supongo no figura Donald Trump, ya tenemos otros estrenos de los que les hablaré en breve, y a los que la Academia les ha hecho tanto o más caso que al film de Lonergan y ha ninguneado menos que al bueno de Ben, que después de Argo parece que volverá a tardar en catar una estatuilla.
Vivir de noche y Manchester frente al mar se proyectan en cines de toda España.