Los candidatos colgarán de las farolas
Para los partidos de la izquierda la política es pura aritmética. Para los de la derecha la política es pura economía. Para los medios de comunicación es pura audiencia. Para los potenciales electores es cualquier cosa menos pura. Y para mí empieza a ser un motivo de hartazgo.
Cuando escuché hace unos días en un informativo la frase que sirve para encabezar este artículo, reconozco que primero pensé en la Bastilla o en el Palacio de invierno. Luego en intrépidos formatos televisivos. Pero ni una cosa ni la otra. Nada de sangrientas revoluciones arengadas por la escarmentada ciudadanía o de espectaculares programas que mezclan política y aventura.
Se trataba solo de una figura retórica, de una sinécdoque, por la que el pendón del candidato o, para hablar con propiedad sin que nadie se ofenda, los soportes con sus fotos, volverán a ser colocados en el alumbrado público seis meses después.
Las elecciones del 26-J se escriben con jota de jodienda. Me explico. Una gran mayoría de la sociedad, incluyendo a los políticos, aluden al rotundo fracaso de la repetición de los comicios por la ausencia de acuerdos que hayan facilitado la gobernabilidad. Eso supone posponer la constitución del Parlamento y del Gobierno, así como la aprobación de reformas legislativas urgentes. Los diputados y senadores continúan cobrando un sueldo que no se han ganado, mientras la gente sigue sufriendo sin demora los efectos nocivos de una crisis socioeconómica que no se merecen.
Los partidarios de que haya repetición electoral se justifican en que es una manera de fomentar la democracia, dejando que el Pueblo decida con su voto. Pero no se dan cuenta de que un país en funciones no puede permitirse eternizar una contienda política hasta que se consiga un resultado que convenga a los intereses partidistas, ninguneando si hace falta los intereses generales.
Los nuevos partidos abogaban por el fin del bipartidismo y reclamaban su espacio para propiciar la mayor pluralidad ideológica y representativa. Ahora, sin embargo, se afanan en lograr alianzas para concurrir en bloque y bloquear al contrario. Una aglomeración de siglas en la que prevalece la suma de escaños y el miedo a empeorar los éxitos cosechados en diciembre. Entre pretendidos sorpassos se acrecienta la sorpresa y, sobre todo, el zarpazo a la ilusión generada en la ciudadanía hace poco más de un año.
Algunos partidos preguntan obviedades a su militancia sobre posibles pactos. Los que criticaron al PSOE por plantear una pregunta excesivamente ambigua o simplista a sus bases, después han hecho lo propio. Me refiero a Podemos y a IU. Si fuera militante de estos tres partidos me entraría complejo de imbécil. Tal vez, por eso, más del 70% de los afiliados de Izquierda Unida no han querido opinar en la convocatoria propuesta por sus dirigentes. Una abstención interna que puede encontrar refrendo en las urnas de las Generales con una participación bajo mínimos. El electorado progresista es así de inconformista y exigente.
El Partido Popular con su indolente estrategia de cuanto peor, mejor, espera a que amaine el temporal de corruptelas y se presenta como el valedor de don Tancredo. Un vergonzoso modo de proceder que, según las encuestas, le va a salir barato por la alta fidelidad de sus votantes conservadores. Suena a chiste o a tragicomedia.
A los que nos puede salir muy caro es a los contribuyentes. Todos los partidos se aprestan a reducir los gastos electorales, más por obligación que por convicción. Se podrían ahorrar la campaña. Ya conocemos sus caras de sobra. Que no me manden a mi correo sobres con propaganda y papeletas. Que no se cuelguen de las farolas. A no ser que se aten por la entrepierna hasta que acuerden un nuevo Gobierno. La democracia requiere de ciertos sacrificios.