Estación de Cercanías

Los impuestos y la impuesta

Que nadie vea en el título de esta semana un guiño a la ministra de Igualdad que se me van equivocar. No está el horno para bollos calientes y tocando a arrebato, que es lo que viene sonando de un tiempo esta parte, atrás quedan las reivindicaciones de segundo nivel, que tiempo habrá para ellas.
Esta semana les quiero contar una de esas coincidencias que a poco que te paras a reflexionar prefieres dejarlas de lado, o por lo menos aparcarlas durante el momento de la eclosión, para recuperarlas una vez el sosiego se impone al estropicio. La casualidad quiso que el pasado día 20 de octubre fuera el propuesto por la Casa del Rey para que Elena De Borbón visitase fugazmente nuestra ciudad, dando así por inauguradas las nuevas instalaciones de APADIS. A su rebufo llegaron caras y personajes totalmente desconocidos que, gracias al protocolo, pudieron ocupar un lugar dentro de las vallas de protección y tuvieron un lugar en la foto, y pudieron saludarla.

¿Los villeneros y villeneras? Pues a juzgar por las escasas fotografías de público que vimos, no se lanzaron a las calles en manada para agasajar a la Infanta, y de no ser por los niños que fueron sacados de sus clases y llevados a la puerta del ayuntamiento, como relleno, banderitas en mano, se puede catalogar de fracaso el tirón que la realeza, o este miembro de ella, ejerció sobre nosotros, más ocupados con el trabajo diario, el que todavía lo tiene, y más preocupados en llegar a fin de mes sin vestir de rojo nuestra cuenta bancaria.

Pero ese día tuvo otra connotación especial, especialmente para aquellos que como yo tenemos una pequeña empresa, pues el mismo día en que esta señora con rango real no electo visitó Villena, otra dama de menos glamour pero omnipresente con el devenir empresarial nos espera. Su alteza la Hacienda Pública. Y allá que me fui, a cumplir religiosamente con mis obligaciones impositoras, a retratarme con la Agencia Tributaria, porque como Hacienda somos todos (lo que pagamos), asumo mi obligación. Pero hete ahí que justo cuando entraba en la entidad bancaria a depositar la cantidad que saldase mi deuda, el helicóptero real sobrevolaba nuestro cielo para depositar a una de sus destinatarias en la Solana, y por un momento imaginé cómo cada uno de los euros que tanto esfuerzo y trabajo me habían costado reunir, se convertían en unas gafas de sol oscuras de los escoltas, en sueldos de las fuerzas de seguridad, que para cuidar de una persona desatienden a miles, en gasolina para los negros coches de la comitiva real y del resto de los desplazados a Villena desde las capitales para estar sea como sea, en los coches, en el helicóptero o en el vestuario de Elena.

Y si este trimestral rito se atraganta normalmente, y se convierte en un acto de fe movido únicamente por la conciencia de los honrados que todavía mantenemos intacta la vergüenza de ser señalados con el dedo por morosos o por defraudadores, ese martes, fantaseando con la realidad de ver cómo ese sentido de la decencia era el gran ausente entre algunos de los presentes, que pagados con mis impuestos todavía sonríen, el sentido de la mesura invisible en una realeza que se lleva 8,9 millones de euros de la bolsa común y dice congelarse el sueldo, me dieron ganas de salir corriendo del banco, pagar otro día y acercarme al ayuntamiento para gozar por un instante de la sensación de parasitar. Pero para mí, que sólo apuntalo la estructura común, pago mi ropa y no tengo caja B, esa experiencia está vetada.

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