Los nueve de Equélite
Existen probabilidades de que algún pequeño grupo de galos espere mi reflexión deportiva sobre el desarrollo y conclusión de la Eurocopa. Para alivio y decepción de esta minúscula y extraña afición dejaré la cuestión en el aire. Sólo me veo obligado a decir que, salvando las incuestionables alegrías de la presente competición, en mi recuerdo, el recuerdo de mi vida, mi breve memoria como aficionado, los partidos del último mundial continúan siendo insustituibles.
Por supuesto que no técnicamente, en cuanto a estrategias, juego y resultados, pero sí en cuanto a vivencia como aficionado. Si el seguimiento de la selección en aquel mundial fue frenético gracias al personal del Rinconcico de la Espuela; el clímax lo fabricó José Bisbal en el antiguo Venetto. El manchego no sólo nos preparó platos para apaciguar las mandíbulas, no sólo distribuyó pozales llenos de quintos y cubitos de hielo para ahorrarnos el viaje a la barra, sino que además introdujo cortes musicales y ráfagas sonoras durante el encuentro para animarnos: y así en las jugadas a balón parado José pinchaba el A por ellos, el Opá o el We are the champions entre otros. Olé por él. Y olé por Charly, a quien he echado de menos.
Pero no se trata de fútbol el deporte al que me refiero hoy si hablo de césped: tendré que aclararles que ya he probado el campo de Pitch & Putt inaugurado en Villena. Pares tres que decimos en nuestro trozo de península. Virtu y Miguel fueron los anfitriones, y Rafa aficionado de Yecla y yo los iniciados. Hasta el momento mi incursión en este tipo de campos se reducía a El Plantío Alicante; uno de los pocos de la provincia. Así que enfrentarme a los nueve hoyos de Equélite, con el agravante de los ocho meses sin tocar los palos, suponía un reto desafiante lo que dicho así provocará risas seguras en los francotiradores con los que compartí arrocicos hace ya un año. El caso es que recorrí un par de veces el campo, como se debe hacer, y disfruté, pese al sol, de lo lindo. Disfruté sin complejos sobre la materia hídrica, de la que sobradamente pueden discutir los muchos golfistas que han ahondado en el asunto. Y frente a la fácil y rápida acusación de frivolidad ecológica esgrimida contra cazadores, pescadores y golfistas (también a ellas) merece la pena atender como poco la respuesta de los y las interesadoas. Sin complejos, digo, disfruté y me enorgullecí de las instalaciones que Villena ofrece a la afición golfística. Me alegré de tener cerca al fin un lugar donde jugar unas bolas. Me alegré de que nuestra ciudad comience a ofrecer también esta demandada actividad que facilita el tan buscado turismo de interior.