(A mis compañeros de departamento del IES Jaime II de Alicante)
Muy rara vez, por no decir nunca, se llega al final del temario en cualquier curso de la asignatura de Literatura Española (e imagino que ocurrirá lo mismo con todas o casi todas las demás disciplinas). Esto es algo que sabe muy bien cualquier profesor y también cualquier alumno que se fije en estas menudencias. Por ello, a la hora de elaborar un currículo ya de por sí concentrado, sus responsables tienden a resumir o incluso obviar no solo autores y obras en particular, sino hasta movimientos o tendencias al completo. Y de entre las muchas víctimas colaterales de este proceso de condensación sistematizada, las que más me duelen son los integrantes de eso que se ha venido a llamar la Otra Generación del 27: si ya casi nos las vemos y deseamos para explicar las características de la propiamente dicha “Generación del 27” y las similitudes y diferencias entre los miembros que la integran, como para detenernos en la otra. Porque de las mujeres de dicha generación literaria, las hoy etiquetadas con el lema de “Las Sin Sombrero”... como en el chiste, ya ni hablamos.
En efecto, quienes se reunieron en el Ateneo de Sevilla para homenajear a Góngora en el tercer centenario de su muerte -Alberti, Cernuda, Guillén, García Lorca o Salinas, por citar algunos- sí aparecen recogidos en los temarios de Lengua y Literatura Española de cuarto curso de ESO y segundo de Bachillerato, aunque por culpa de la prueba de acceso a la universidad -llámenla con las siglas que gusten, desde la Selectividad hasta nuestros días- en este último caso muchas veces se les ignora casi al completo en beneficio del único poeta de turno sobre el que se le va a preguntar al alumnado (hasta hace bien poco, Miguel Hernández; en la actualidad, el citado Lorca). ¿Pero dónde quedan los que, en lugar de unirse para recordar al autor de las Soledades, se aglutinaron alrededor de Ramón Gómez de la Serna (este de cuerpo presente y caliente) en su tertulia del Café Pombo? Pues desde luego no en los libros de texto, donde mucho me temo que -con la salvedad del propio Ramón, en tanto que representante clave de las vanguardias en nuestro país- no los van a encontrar.
Afortunadamente, algunos profesores (porque dudo que servidor sea el único) sí nos acordamos de dedicar aunque tan solo sean unos minutos, unos comentarios y unas breves lecturas a esa generación de escritores y humoristas que publicaron en prensa y revistas varias e hicieron carrera en el cine, ya fuese en nuestra industria cinematográfica (que entonces sí la había) o en la de Hollywood. Dicha nómina, en su censo más comúnmente aceptado, incluye a los hermanos Miguel y Jerónimo Mihura, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville, Antonio de Lara 'Tono' y José López Rubio, que fue quien bautizó al grupo en su discurso de ingreso en la Real Academia Española en 1983.
Todavía más afortunadamente, se van publicando ensayos de naturaleza diversa sobre los distintos integrantes de esta generación con el fin de rellenar un hueco imperdonable en la bibliografía crítica sobre la cultura española contemporánea. Así, a las varias biografías dedicadas a las figuras de Miguel Mihura y Jardiel (sin duda sus dos miembros más ilustres), o la del escritor y cineasta Edgar Neville que escribió mi profesor y amigo Juan Antonio Ríos Carratalá, se une ahora una estupenda de la mano de la editorial Renacimiento que se centra en la vida y milagros de Tono, y que han escrito Gema Fernández-Hoya y el tándem formado por Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo. Tono. Un humorista de la vanguardia se ocupa de la figura de este humorista gráfico, desde su paso por el París bohemio de la década de los veinte y su traslado a los grandes estudios de Hollywood en los años treinta, hasta su regreso y la posterior constitución de dicha generación alrededor de las revistas Buen Humor y Gutiérrez, así como la fundación de la añorada publicación La Codorniz. El resultado es un relato biográfico apasionante, repleto de anécdotas desternillantes (no podía ser de otra forma, dado su protagonista); y que cuenta con el concurso, además del de sus compañeros de generación, de invitados de verdadera excepción como Luis Buñuel o Charles Chaplin. Porque Tono también cultivó con resultados felices o como poco de gran interés otros ámbitos artísticos como la pintura, la publicidad, el diseño, el teatro o por supuesto el cine; ese cine que tanto amaron Alberti y sus coetáneos.
Precisamente de cine, y precisamente también de la mano de la pareja Aguilar & Cabrerizo, trata el volumen La Codorniz. De la revista a la pantalla (y viceversa), que no es sino un estudio pormenorizado cuyo título completo deja poco margen a la imaginación: en efecto, los autores desgranan en sus páginas la historia de esta publicación fundamental para entender no solo a la Otra Generación del 27, sino también la historia del humor nacional y su evolución a lo largo del siglo pasado y el presente. Creada en junio de 1941, “la revista más audaz para el lector más inteligente” contó desde sus inicios con el abrigo espiritual de Wenceslao Fernández Flórez y el propio Gómez de la Serna, y disfrutó de una vida extraordinariamente longeva hasta que acabó extinguiéndose en 1978.
Sumergirse en las páginas, profusamente ilustradas y salpicadas de citas deliciosas, del estudio de Cabrerizo y Aguilar (este último a la sazón integrante de otra dupla artística, La Cuadrilla, que nos dejó herederas tan ilustres de aquel humor sardónico y de crítica social como Justino, un asesino de la tercera edad) es encontrarse con filmes inolvidables -para quienes hemos tenido la gran fortuna de verlos- como El malvado Carabel (en cualquiera de sus versiones), El último caballo o El hombre que viajaba despacito; o con una película como Angelina o el honor de un brigadier, tan emblemática -es la primera película en verso de la cinematografía mundial- como la obra teatral de Enrique Jardiel Poncela en que se basa. En resumidas cuentas: se trata de una obra cuya voluntad divulgativa no va en detrimento de su rigor académico, y su lectura puede deparar varias horas de felicidad ininterrumpida.
Es de justicia destacar que la espléndida edición del libro de Aguilar y Cabrerizo a cargo de Cátedra incluye un DVD que recoge diversos trabajos audiovisuales de sus protagonistas, entre los que se cuenta El corazón de un bandido del malogrado Chumy Chúmez. Registrado en el momento de su nacimiento con el nombre de José María González Castrillo, Chumy Chúmez no perteneció a la Otra Generación del 27 por una razón tan prosaica como la de su edad, y formó parte más bien de una generación de humoristas todavía posterior y en la que se podría incluir también a los igualmente fallecidos Rafael Azcona, Miguel Gila, Antonio Mingote, Manuel Summers, El Perich o Forges. En cuanto a Chumy Chúmez, y al igual que varios de los citados, sí llegó a publicar en las páginas de La Codorniz; no obstante, a este nacido en San Sebastián en el emblemático 1927 y fallecido prematuramente en Madrid en 2003 se le recuerda principalmente por haber fundado el también histórico semanario Hermano Lobo, muy pronto considerado como el hijo espiritual de aquella, a pesar de haber nacido como respuesta al cansancio que le ocasionaba la misma y haber sido concebido más bien a imagen y semejanza de la cabecera francesa (y todavía en activo, mal que les pese al integrismo islámico y a algunos adalides de la moral más rancia) Charlie Hebdo.
Representante de un humor (gráfico) corrosivo e inclemente que hoy sería tildado sin lugar a dudas de políticamente incorrecto, las mejores viñetas de Chumy Chúmez han sido recogidas por Blanca Redondo y el editor de Reino de Cordelia Jesús Egido en un volumen titulado muy adecuadamente Humores que matan. Armado con el mimo del que todas las publicaciones de esta editorial siempre hacen gala, el libro recopila más de ciento setenta chistes gráficos de un humor negrísimo, concebidos durante dos épocas tan distintas como la agonía de la dictadura y los albores de la democracia, clasificados a su vez por temas, y cuya lucidez y libertad describen un universo tan parecido (por no decir idéntico) al de nuestros días que solo puede congratularnos como lectores y entristecernos como personas. Porque lo que Chumy Chúmez nunca fue es un visionario; solo fue, como si esto fuera poco, un observador crítico. Como lo fueron, por otra parte, los miembros de la Otra Generación del 27, aunque su objetivo primordial fuese nada más (y nada menos) que el de hacer reír a sus semejantes.
Tono. Un humorista de la vanguardia, La Codorniz. De la revista a la pantalla (y viceversa) y Humores que matan están editados por Renacimiento, Cátedra y Reino de Cordelia respectivamente.