Cartas al Director

«Los Príncipes», ¿colegio público o casa en ruinas?

Déjense de tanta cháchara y tanta promesa vacía y tomen cartas en el asunto...

Los cuentos tradicionales de "príncipes" y princesas suelen seguir una estructura común en la que un ente, ya sea ogro, bruja o trol, se erige en obstáculo para que el mal triunfe sobre el bien, aunque el final siempre es feliz. Pero la de este cuento es diferente. Esta vez los ogros, dígase el Ayuntamiento y la Generalitat, siguen dejando en ridículo y menospreciando una y otra vez a los "Príncipes", pero estamos en pleno desarrollo de la historia y el final se atisba negro, como un nubarrón que amenaza con descargar.

Ayer volvió a suceder en nuestro colegio algo alarmante y ya van unas cuantas señales. La rama, yo la llamaría ramón, de un árbol situado en las gradas que dividen las dos pistas de fútbol se tronchó y cayó sobre las mismas. La suerte es que ocurrió dos horas más tarde de que nuestros hijos pusieran en escena los bailes que habían preparado para el día de convivencia del centro y que sus padres, abuelos, hermanas, tíos y primas hubieran dejado desierto el lugar donde la rama se partió. Esa es la suerte, porque si no hoy estaríamos hablando de otra cosa, quizá de drama más que de una solitaria rama.

Y es que estamos cansados, muy hartos, casi aborrecidos de que nuestros hijos estén todos los días en un colegio abandonado por los poderes públicos, en un colegio que parece más una finca en ruinas que el lugar del "conocimiento". Hasta hace unos meses nuestras quejas se centraban en el interior, en el edificio principal, tan apuntalado ya que parece un rostro viejo lleno de arrugas y ojeras, de tiritas y parches. Aseos, gimnasio, sala de profesores...

Inseguridad es la palabra que recorre sus más de 50 años de existencia, la que nos deja a los padres intranquilos cuando los llevamos por la mañana, la que hace que muchos nos preguntemos si es el lugar adecuado para que sigan estudiando, la que ayuda a que las grietas que están apareciendo no solo sean físicas sino también síquicas. Pero la cosa no ha quedado ahí, a todo esto hay que sumarle la aparición en el patio de máquinas removiendo el terreno en horario lectivo, de vallas que pueblan el campo de minas en el que se está convirtiendo el centro, de parapetos de tierra más propios de un campo de entrenamiento militar que del lugar en el que nuestros niños y niñas pasan el tiempo de descanso o llevan a cabo sus clases de Educación Física.

Y lo de ayer no sirvió más que para rematar ese concepto que me viene continuamente. Inseguridad. Porque ¿quién está realizando el mantenimiento de los árboles? ¿Quién se está encargando de su poda, del control de plagas, del necesario cuidado de todo lo que puebla un espacio público? ¿Hay alguien ahí? No escucho a nadie. Ayer escudriñaba los árboles y sin ser experto en la materia te das cuenta de que ninguno está mejor que el que se desmoronó. ¿Y entonces? ¿Qué hacemos el lunes con nuestros hijos? Se lo pregunto a ustedes, a los que nos representan, ¿no son Verdes con destellos rojos? ¿O azules con un toque anaranjado? Decepción, eso es lo que siento además de inseguridad. Más que verde parece que estemos en un colegio marrón, casi ceniciento. Qué triste. ¿Están esperando a que los avisos se conviertan en tragedia? ¿A que algo serio les haga dar un brinco de la poltrona? Basta ya de jugar con la vida de nuestros pequeños y con nuestros sentimientos. Déjense de tanta cháchara y tanta promesa vacía cuando llegan los meses preelectorales y tomen cartas en el asunto, por el Colegio, por la Comunidad que lo formamos, por la ciudad, por su historia.

Por: David Tomás Maciá

 

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