Los profesores
Abandonad toda esperanza, salmo 341º
Escribo esto unas horas después de saberse que Barack Obama ha sido reelegido, tras una campaña que las televisiones de aquí, en particular la pública, han seguido con atención intentando que miremos para otro lado en lugar de fijarnos en la que tenemos liada aquí. Durante dicha cobertura he visto traer a colación el film Los idus de marzo como ejemplo de imparcialidad en la medida en que su director y protagonista, el simpatizante demócrata George Clooney, ponía en entredicho a unos y otros. Precisamente anoche tuve la ocasión de ver otra cinta muy crítica con una parcela importante de la sociedad: el sistema educativo. Como profesor que soy, al menos cuando Wert y su séquito me dejan, siempre he sentido curiosidad por la labor de mis colegas, aunque los españoles se prodiguen poco y casi todos los testimonios nos lleguen de una Francia concienciada con la problemática de, parafraseando a Faemino y Cansado, esos dos colectivos que vienen enfrentándose desde siempre: los maestros y los alumnos. Recuerdo que ya les hablé en su día de los profesores Dominique Sampiero y François Béagaudeau, cuyos libros autobiográficos dieron pie a dos magníficos filmes de Bertrand Tavernier y Laurent Cantet. No están solos: el maestro rural Georges Lopez protagonizó el documental Ser y tener, al que recientemente se ha sumado Profesor Lazhar; y hoy mismo llega a nuestros cines En la casa, triunfadora del último Donosti, sobre la relación de un profesor y su alumno más aventajado. Del que no hay película (todavía) es del estupendo Mal de escuela de Daniel Pennac.
Es de agradecer, por tanto, que se estrene una película venida de otras latitudes como El profesor, que dirige Tony Kaye, al que recordarán por la controvertida American History X. El film se centra en la figura de un docente temporal (para entendernos: un interino), espléndido Adrien Brody, que se ve en la obligación de lidiar durante un mes con una clase de alumnos de nivel académico muy bajo. La cinta está lejos de ser una obra maestra, pero tiene momentos brillantes e interesa en la medida en que como el film de Clooney se presenta muy crítico con el sistema que retrata, dejando claro que no tiene una solución para los problemas que plantea. Aunque al menos los plantea, que ya es algo.
Por si no fuera ya de por sí difícil la labor docente, el asunto se complica cuando entran en juego diferencias culturales e idiomáticas: este es el caso que vivió Lars Martinson, un norteamericano que ejerció de profesor auxiliar de inglés en un pequeño pueblo de Japón durante tres años. Así lo cuenta, aunque disfrazado de ficción, en Tonoharu, una espléndida novela gráfica que refleja las relaciones afectivas y profesionales con sensibilidad, y que ha pasado injustamente desapercibida. Denle una oportunidad.
Y aunque antes me quejaba del poco predicamento que tiene este género en nuestro país, hay que admitir que de vez en cuando van surgiendo algunas propuestas. La última es La flecha en el aire, un estupendo diario de clase del escritor y profesor de Bachillerato Ismael Grasa. A algunos nos gusta pensar que nunca se es demasiado joven para enseñar ni demasiado viejo para aprender, y este libro viene a darnos la razón: leyéndolo me he visto retratado en sus páginas, y no solo como profesor, sino también como alumno según los recuerdos que tengo de cuando lo fui. Pero ya no lo soy, y me veo obligado a dejarles porque en breve tengo una reunión, Wert mediante.
El profesor se proyecta en cines de toda España; Tonoharu y La flecha en el aire están editados por Sins Entido y Debate respectivamente.