Estación de Cercanías

Madeleine

Mucho hemos hablado y lo seguiremos haciendo del escalofriante caso de Madeleine McCann. Todos conocemos a estas alturas la infinidad de incógnitas que lo salpican, alentadas por un desaforado revuelo mediático que los mismos padres han levantado, convirtiéndolo así en un rompecabezas de desproporcionadas dimensiones que acoge todo tipo de opiniones y juicios de valor, que a su vez enturbian la verdadera investigación y oscurecen lo que realmente sucedió en el Algarve portugués.
Es cierto que son muchas las lagunas y contrariedades en cuanto a la desaparición de Maddie: tiempos en blanco, rastros de ADN encontrados, declaraciones falsas o confusas que les señalan directamente, pero también lo es el derecho incuestionable a la presunción de inocencia que todo el mundo merecemos, todos, incluidos este matrimonio de médicos de frialdad escalofriante e inalterables y opacas miradas, exhibidas en entrevistas preparadas, que cierran herméticamente cualquier filtración a las emociones más humanas. Esta observación no deja de ser personal y probablemente ocasionada por el intenso contraste existente entre latinos y anglosajones y nuestros opuestos modos de interpretar el inmenso sufrimiento que debe suponer la pérdida incierta de un hijo, pero no por ello me impide mantener una lucha interior que va desde la negativa, a causa de mi sensatez y mi razón, a creer que unos padres puedan hacer eso a un hijo, y la posibilidad manifiesta de que así pueda ser, por convencimiento de que el género humano no conoce límites a la maldad y porque actualmente son muchos los factores externos que pueden precipitar unos hechos semejantes.

Es impresionante observar la gruesa tela de araña que se ha tejido el amparo de esta desgracia, trampa que mantiene atrapada en ella a dos países que deberán hacer un gran esfuerzo diplomático para salir airosos del conflicto y que pone peligrosamente en duda a un cuerpo de seguridad nacional entorpeciendo gravemente su labor, sin olvidar a las miles de personas que, compadeciéndose de ellos, han contribuido a su causa con donaciones en metálico y que ahora ven como la posibilidad de una estafa pesa sobre ellos en estos momentos. Viscosidad ésta en la cual nada es completamente cierto ni completamente falso, con excepción de las única y más importantes verdades de este dilema: que Madeleine no aparece y que sus padres dejaron completamente solos, para salir a cenar con amigos, a tres niños de entre 2 y 4 años, de lo cual y de manera fehaciente y real sí son culpables sin posibilidad alguna de enmienda.

Sólo espero que la desaparición de esta niña haya disparado todas las alarmas mostrando abiertamente lo arriesgado de esta temeraria conducta y el alto precio que se paga por ella; porque algo está cambiando, y no para bien, en cuanto al concepto de las parejas sobre el significado de tener un hijo; ahora se imponen como obligación que no les falte de nada, la mejor ropa, el mejor viaje, los mejores juguetes o juegos, deporte, música e idiomas, imposiciones éstas que, combinadas con el importante papel que el prestigio social y las relaciones personales tienen actualmente, llevan a incumplir básicas obligaciones de protección y cuidado, como ha sido el caso. Pero si el desconocido, hasta el momento, destino de Madeleine, puede valer para que algunos padres se replanteen sus prioridades y establezcan debidamente el lugar principal que los deberes familiares deben de tener por encima de las normas de conducta sociales y personales que se están estableciendo y declaran incuestionable en sus vidas, el no poder salir de casa dejando solos y sin cuidados a sus hijos, agarrémonos fuertemente a esta lección como único alivio, mientras esperamos, para bien de nuestros cimientos morales, que aparezca con vida el día menos pensado.

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