Maldito bastardo
Abandonad toda esperanza, salmo 196º
El Mal siempre ha sido más fotogénico que el Bien. Este axioma explica por sí solo la fascinación ininterrumpida que ha despertado la figura de Adolf Hitler en cineastas de todas las épocas, que han recurrido a él una y otra vez para recordarnos que hubo un día en el que la Bestia caminó entre nosotros: de El gran dictador a El hundimiento, aquel individuo de mostacho ridículo que desató la II Guerra Mundial ha regresado de vez en cuando a la gran pantalla como protagonista o secundario de lujo para redefinir el concepto de cine de terror. El último en sumarse a la lista de realizadores fascinados por su figura, donde no faltan genios como Chaplin o Lubitsch, es el inefable Quentin Tarantino.
Ante el estreno de Malditos bastardos un servidor, que se crió con los programas dobles del cine Cervantes, no ha podido evitar la tentación de recuperar Valkiria, la película inmediatamente anterior en narrar un intento de asesinato del temible führer. Ambas, dos películas magníficas pero en el fondo muy distintas: si viendo el film de Bryan Singer, un thriller vibrante que opta por el antiespectáculo y la sobriedad a la hora de tratar un tema tan serio como este, todo espectador que no haya vivido en la luna las últimas seis décadas sabe que el relato que protagonizan Tom Cruise y sus conspiradores es la crónica de un fracaso anunciado, en la última del realizador de Pulp Fiction, trepidante y desestructurada, divertida y salvaje, no hay Historia en mayúsculas a la que agarrarse.
Tarantino, cinéfilo hasta la médula, convierte su tan aplaudida como vilipendiada -con él nunca hay término medio- aportación al género bélico, repleta de ecos del spaghetti western y la serie B europea, incluso del erotismo softcore de Tinto Brass cuando se ponía histórico, en una fábula que apuesta, por encima de todo, por el valor catártico del séptimo arte. Para ello se permite un clímax en el que un cine del París de la resistencia estalla por los aires mientras Eli Roth, director de Hostel y actor para la ocasión, tirotea de forma tan brutal como brutal es su cine al caudillo alemán que pudo haber sido un buen hombre pero acabó siendo, él mucho más que Brad Pitt y sus colegas, un maldito bastardo.
Precisamente Un buen hombre es el título de una reciente novela gráfica en la que Hitler, sin hacer en ningún momento acto de presencia, deja planear su sombra sobre los hechos narrados: a partir del testimonio real de Anne Pointner, uno de aquellos testigos privilegiados, alemanes o austríacos, que intentaron permanecer ajenos a la barbarie nazi implicándose lo menos posible, Javier Cosnava construye una serie de relatos que pueden leerse de forma independiente -de hecho, cada uno de los episodios cuenta con un ilustrador diferente- pero que al final resultan ser piezas de un puzzle que revela una urbanización ubicada junto al campo de concentración de Mauthausen. El resultado es una obra de una ambición nada habitual en la historieta patria actual, a mi parecer algo perdida en su machacón intento por resucitar el tebeo de género demostrando que podemos hacerlo igual de bien que los americanos, cuando debería dejarse de milongas y apostar más por proyectos personales como este. Es lo mismo que lleva haciendo Tarantino desde su debut y no le ha ido nada mal.
Malditos bastardos se proyecta en cines de toda España; Malditos bastardos (el guión) y Un buen hombre están editados por Mondadori y Glénat respectivamente.