Mármoles
Cuando hemos estado en el Vaticano hemos sentido ese abatimiento del contraste entre el mensaje sencillo del Cristo con las parafernalias barrocas y no barrocas…
Manuel Vicent, mediterráneo de mediterránea prosa, bajo el título "La Vibradora Universal en el Vaticano" hacía una confesión que sabía a lamento: Cuantas veces he entrado en la basílica de San Pedro de Roma me he sentido aplastado por esa multitud de mármoles que ocultan a Dios. El texto se recoge en Espectros, libro editado por Aguilar en el año dos mil que recopilaba artículos de Vicent publicados en EL PAÍS en la columna Fantasmas.
El mármol es frío y duro. Tanto como bello. Y si tallado… Entendemos el peso que pesa sobre el escritor. Cuando hemos estado en el Vaticano también hemos sentido ese abatimiento del contraste entre el mensaje sencillo del Cristo con las parafernalias barrocas y no barrocas. No descubrimos nada nuevo. Con mayor o menor euforia, visceralidad o ingenio ya dijeron el Arcipreste de Hita, Savonarola, Erasmo, Lutero…
Al fin y al cabo a los que queremos creer –queremos o necesitamos– son muchas las cosas que nos ocultan a Dios. Cosas materiales como los mármoles e intangibles como nuestras actitudes humanas poco virtuosas. Así el odio, la envidia, la avaricia... Intangibles como cualidades pero pedregosas en sus consecuencias. Rocas sobre las que construimos el santuario de nuestras vanidades.
Mas al fin y al cabo, entrando en la basílica de San Pedro, entrando a la derecha, en la primera capilla, esa "Piedad" de Miguel Ángel, esa Virgen y ese Cristo que, aun siendo mármol, nos acercan tanto a Dios. Aun siendo mármol, sí.