Martín
Abandonad toda esperanza, salmo 441º
En el mundillo del cómic patrio, si se menciona este apellido creo que muchos -entre los que me cuento- tendemos a pensar en Miguel Ángel Martín, en Susanna Martín, o si me apuran incluso en el historiador Antonio Martín, antes que en Jaime Martín. Esto se puede deber, según Jaume Vidal, solo a la timidez y la escasa visibilidad social de este autor cosecha de 1966 porque, en efecto y siguiendo con las elucubraciones del periodista, Martín (Jaime) es de los grandes y es fácil que se nos escape la razón del porqué no ha conseguido la aureola mítica que tienen otros autores de cómic de talento similar (coloque aquí el lector los nombres propios que considere; a mí se me ocurren unos cuantos). Buena prueba del talento del barcelonés es su última obra, Las guerras silenciosas, que me parece, ahora que hace poco que se ha concedido el Premio Nacional de Cómic al quinto volumen de Blacksad, una más que firme candidata a recibir este galardón en su próxima convocatoria. En esta novela gráfica, Martín relata el servicio militar de su padre en el noroeste de África en 1962, poco después de que se diese por terminada la guerra de Ifni, llamada "la guerra silenciosa" porque el estado de los militares españoles destinados allí era tan lamentable que el régimen de Franco hizo todo lo posible por relegarla al olvido calificándola de mero incidente. Dicho así, podría recordar a Yo, René Tardi, el relato de Jacques Tardi sobre la participación de su abuelo en la Primera Guerra Mundial; pero lejos de limitarse a contar la vida de otro, Martín construye una suerte de (auto)biografía por persona interpuesta e incluye en el devenir del relato el proceso de realización de la propia obra a partir de las entrevistas con sus padres. Por supuesto, a partir de estos mimbres el recuerdo de Maus es inevitable, pero una vez concluida la gratificante lectura del presente cómic no creo que a nadie, incluyendo al propio Art Spiegelman, le importe el guiño cómplice.
Tanta verdad como hay en Las guerras silenciosas parece haberla en Sangre de barrio, el tebeo que Jaime Martín empezó a publicar en 1989 en las páginas de El Víbora y que pocos años después lo acabó consagrando al recibir el premio al autor revelación en el Salón del Cómic de Barcelona. Leída hoy de forma íntegra, es un ejemplo perfecto de ese lugar tan común como cierto que afirma que no hay nada como limitarse a lo local para terminar siendo universal: el autor refleja lo que fueron los años 80 a través de las vivencias de un adolescente recién llegado a Hospitalet junto a su madre y su hermana; las dificultades para integrarse en un nuevo instituto, las gamberradas, las primeras relaciones sexuales y, sobre todo, los primeros escarceos con la droga y la delincuencia juvenil. Es difícil saber cuánto hay del propio Martín en el Vicen de esta historia cuyo título se debe a una canción de Ramoncín -una de las muchas referencias de la época que incluye la banda sonora del tebeo, caso también de Rosendo, Barricada, Burning o La Polla Records-, pero el grado de verosimilitud es tal que finalmente hay en este personaje tanto del autor como de todos los que han tenido la fortuna de leer este clásico contemporáneo de nuestra historieta.
No cabe duda alguna de que, hasta la fecha, Sangre de barrio y Las guerras silenciosas, además del inicio y del final provisional de la producción de Martín, son sus obras capitales. Pero en el ínterin, lejos de acomodarse explotando los rasgos definitorios de sus primeras historietas -el ambiente underground, la apuesta por el costumbrismo, incluso la presencia de elementos que podrían ser autobiográficos-, el autor se abrió paso en el mercado francobelga explorando nuevos territorios creativos: un buen ejemplo es Lo que el viento trae, álbum con el que nos traslada a la Rusia prerrevolucionaria para ofrecernos un relato de terror que logra transmitir al lector tanto el frío de la nieve como el calor de la sangre. Inspirado por igual por Morfina de Mijaíl Bulgákov y por una leyenda popular que le contó el maestro Josep Maria Beà, la presente obra quizá no tenga el alcance emocional de sus dos obras mayúsculas, pero en cuanto al acabado formal presenta una evolución innegable y una calidad imbatible.
Por su parte, en Todo el polvo del camino Martín pone sus lápices al servicio de un guion ajeno, escrito por el brasileño Wander Antunes e inspirado por la literatura de John Steinbeck. Esto último no es de extrañar: pergeñar un relato ambientado en la Norteamérica de la crisis de 1929 y escapar de los ecos de novelas como De ratones y hombres o Las uvas de la ira -esta última, inspiración fundamental reconocida como tal por el guionista- es prácticamente imposible, como imposible es dibujar fielmente aquellos caminos repletos de tierra y aquellas casas semiabandonadas sin recordar a las fotografías de Walker Evans. No obstante, y como ocurriría después con Las guerras silenciosas, los autores consiguen superar el peso de sus respectivas influencias y acaban confiriendo al resultado final de su colaboración una personalidad propia... que es de lo mismo que puede presumir Jaime Martín, haga lo que haga y gane o no el Premio Nacional. Hagan como yo, y no esperen ni un día más para descubrirlo.
Las guerras silenciosas, Sangre de barrio, Lo que el viento trae y Todo el polvo del camino están editados por Norma.