¿Cómo están ustedes?

Más burros que pesebres

Entre libros y flautas se nos pasa el tiempo y no hemos llorado unas letras dedicadas a Manuel Martín Ferrand, maestro que terminando agosto, terminando este verano que no se nos termina, se nos fue. Que ya no ven sus ojos el Mediterráneo donde la torre de la Illeta construida contra la piratería berberisca, torre donde una vez fue la tragedia en desembarco de Fiesta de Moros y Cristianos. Fiesta frustrada por la traición de la pólvora. Que ya no ven sus ojos la isla alargada y frágil, donde los trasiegos comerciales y pesqueros de iberos y romanos. Que ya no ven sus ojos el mar de almadraba olvidado. O sí. Por siempre.

Nacido en La Coruña donde el océano es horizonte inmenso, abierto al más allá si el sol nos llama –colmado entonces de mar– no desdeñó nuestro cerrado Mediterráneo, limitado estanque interior, apreciando a sus gentes y costumbres. Y entre sus gentes, a las de Alicante. Y entre las gentes de Alicante, a las de El Campello. Y entre las costumbres, la gastronomía. Y entre la gastronomía, los arroces.

Desde la confianza, amistad o familiaridad, algunos vecinos de veraneo se refieren a él como Manolo. Y me dicen que en el trato corto era un hombre bueno que transmitía bondad. Por no hablar de sabidurías. Yo no tuve la oportunidad de intimar con él. Quizás en estos últimos años... Pero la enfermedad le hizo perezoso para desplazarse. Y privándose de mar, nos privó de su compañía. Periodista todo terreno –televisión, radio y prensa escrita– ha sido uno de nuestros admirados maestros para la columna: Larra, Blasco Ibáñez, Unamuno, Gómez de la Serna, González Ruano, Vázquez Montalbán –otro Manuel–, Cela, Umbral, Gutiérrez "Erasmo"... Suerte que aún nos quedan –Del Pozo, Martín Prieto, Pérez-Reverte, Montero, Muñoz Molina, Lindo, Vicent –otro Manuel también–, Millás, Gistau, Ónega... Para Manuel Martín Ferrand, la columna era "el placer de la columna diaria". Periodismo vivo. Y si como me dicen mis vecinos era un hombre bueno que transmitía bondad, esa bondad no quitaba contundencia a sus palabras cuando las circunstancias lo requerían. La firmeza de la palabra, la claridad. Sin servidumbres. Salvo las de su conciencia. Y sirva de ejemplo una de "Ad libitum" –"A placer", "A voluntad", "Como guste"...– que así arrancaba:

"Como hay más burros que pesebres, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte –el de la gimnasia y la magnesia– no descansa en sus propósitos. En estos días aparece en los diarios un anuncio que lleva su firma, y la de su Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (Inaem), en el que, sobre un dibujo horrible, campa la siguiente máxima: 'Descubre el Teatro' [...] Desde que Esquilo le añadió un segundo actor a los monólogos primitivos, e inventó el diálogo; desde que Sófocles aportó la tensión dramática con la incorporación de un tercer actor para que, entre el protagonista y el antagonista, los agonistas cuajaran la tensión del drama, el Teatro está descubierto. Lleva veinticinco siglos descubierto." (ABC, 24.12.2000).

Pero además del columnismo escrito y radiado que tanto apreciamos, Manuel Martín Ferrand fue uno de los de nuestra tele de la infancia: "Imágenes para saber", "Nosotros" –con el peculiar Alfredo Amestoy–, "Con acento", "Siempre en domingo", "24 horas", "Sábado Cine", "Hora 15"... Y de la radio, "Matinal SER", "Hora 25", "Hora 13", "Hora 20", "La Respuesta"... Innovador y libre no quiso ataduras. Y navegó contra sumisiones. Conquistando puertos o naufragando. Pero con la sabiduría y el orgullo de un viejo lobo de mar que aun entornando los ojos nunca le agotó la vista el horizonte.

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