Cultura

Máscaras y gestos

Me perdonarán ustedes la intromisión de estos Días Felices en la presente página, pero es que la cosa daba de sí y se me resistía a contenerse en la cuota de palabras de su espacio. Dicho esto, comenzamos. Nos encontramos el pasado viernes no pocas personas en el patio de butacas del Teatro Chapí, con la intención de presenciar la propuesta que Flöz Production nos tenía preparada tras la lluvia.
Su Teatro Delusio prometía diversión y emoción casi a partes iguales, y ello contando apenas con la expresión corporal de sus integrantes. Y digo corporal, que no facial, ya que los tres actores de la compañía ni siquiera disponían de sus rostros para expresar las emociones y sensaciones de sus interminables personajes: sobre sus hombros tan sólo aparecían unas enormes máscaras de rasgos inmóviles incapaces a primera vista de transmitir algo más que lo que su creador dispuso para ellas al darles forma.

Afortunadamente frente a nuestras butacas nos encontramos con tres excelentes actores, adiestrados en el arte del mimo y la máscara, capaces de insuflar aliento y vida a sus rostros petrificados. Las personalidades y emociones de sus creaciones aparecían mágicamente gracias a la salvia con que posturas y tempos regaban las criaturas. Todo un ejemplo para quienes comienzan a practicar aquello del teatro y todavía no entienden que el tiempo y la velocidad dicen mucho más de un ser que cualquier otro artefacto. También la postura y la capacidad o costumbre en la movilidad –pasos cortos, amplios movimientos, etc. – muestran con mayores datos a los personajes que un apoyo de vestuario o que cualquier adminículo, por lo general fruto de viciosos clichés y de tópicos. De todo ello, ya digo, dieron más que muestra, ejemplo magistral los actores y la dirección de la compañía. No hay que olvidar el trabajo de máscaras, en el que se juega de forma similar a como lo haríamos si lleváramos un casco minero, de esos dotado con linterna, es decir, enfocando con nuestro rostro allá donde queremos llevar la atención y dando mayor o menor intensidad a nuestra “luz” mediante pequeñas tensiones y movimientos.

Menos podría halagar la trama propuesta, aunque a priori suelo desconfiar de aquellas estructuras que se crean a partir del trabajo actoral o de la música (que no parten de un texto o esquema), en muchas ocasiones me he encontrado con gratas sorpresas. No es el caso, Teatro Delusio se compone de fragmentos unidos por la presencia de una niña que inicia el recorrido, un personaje tal vez musa, tal vez dadora de vida, tal vez imaginación, fantasía, o lo que ustedes quieran, que sin ofrecer mayores datos no bastaba para dar solidez al espectáculo por la ausencia de un motivo o una meta. Aunque llegado el caso, poniéndonos molludos, nos propusiéramos diferenciar entre los conceptos espectáculo y representación teatral, y alegáramos la virtuosidad de los intérpretes (en momentos casi circenses) para defender uno, frente a la unidad, peripecia y demás cánones aristotélicos para alegar lo otro, no nos encontramos con suficiente fuerza en ninguno de los sentidos para argumentar nuestra preferencia. El trabajo se resumió en una sucesión de momentos que en su espectacularidad casi sobrepasaron la paciencia del público asistente por su duración, dicho esto salvando la magia que otros pasajes contuvieron.

A valorar la propuesta escénica donde se nos presentó un espacio escénico visto desde atrás, desde donde lo ven tramoyistas y demás participantes que no pisan escenario pero que son indispensables para el buen funcionamiento. Junto a la idea acompañó armoniosamente la escenografía, vestuario y utillería, ofreciendo un conjunto que prometía grandes expectativas pero que, como os cuento, no llegó a resolverse como prometió.

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