Cartas al Director

Matar al mensajero o matar a un ruiseñor

Entre eufemismos, frases hechas y perífrasis, el equipo de gobierno municipal está demostrando que ha aprendido antes a abusar del lenguaje demagógico que a gestionar eficientemente lo público. Lástima que la política haya dejado de ser “el arte de lo posible” para convertirse en la excusa artificial de lo imposible.
Los ediles verdes vienen manifestando en sus comparecencias descoordinación, retruécanos verbales y justificaciones desafortunadas. Pero lo peor es que pocas veces reconocen con naturalidad sus posibles errores y pretenden esconder sus vergüenzas atacando o culpando a los otros. No se han dado cuenta aún de que los errores son una parte consustancial de la condición humana. Además, suponen una oportunidad para mejorar y hacerse más sabios, siempre que no se repitan las mismas meteduras de pata.

El alcalde, que ocupa el cargo desde hace ya cinco años, debería saber que ser representante en el Ayuntamiento provoca una exposición constante al escrutinio de los vecinos y las vecinas. Una situación que resulta todavía más arriesgada cuando se apuesta por tener una presencia habitual en la calle, los medios de comunicación y las redes sociales. Algo digno de elogio si esa aparente cercanía no es sinónimo de exhibicionismo populista o simple postureo, sino de accesibilidad, transparencia, empatía y capacidad de escuchar a la gente para adoptar soluciones.

Sin embargo, los políticos locales son a veces los causantes de los problemas debido a su actitud altiva, su torpeza, su ausencia de criterio o la ineptitud para solventar asuntos complejos. Es entonces cuando, ante ciertas decisiones valientes, impopulares o sorprendentes, arrecian las críticas. Llegado ese momento, conviene actuar de manera ponderada para no incrementar la crispación, dando las explicaciones creíbles, necesarias y oportunas. O en su caso, rectificando si hace falta.

Pero son varias las ocasiones pérdidas por el actual equipo de gobierno para rendir cuentas sin caer en cuentos. Sirvan como ejemplo las justificaciones de la redistribución de delegaciones, la figura inédita de una “concejala en prácticas”, el pliego del servicio de limpieza para instalaciones y edificios públicos, la ordenanza municipal de terrazas, el uso de animales en ferias y fiestas, la simulación entre eventos promocionales y administrativos, las mociones fundamentadas en cuestionables argumentos científicos. Ahora se suma un tema trascendente para la convivencia que afecta a las sedes de las comparsas de moros y cristianos. Una caja de Pandora de efectos insospechados. Si tuviéramos que recurrir a una metáfora para ilustrar el estruendo de la controversia sobre los ruidos sería la típica del elefante en una cacharrería.

Por supuesto que la ley está para aplicarla, pero los concejales no son jueces. Por supuesto que los informes técnicos resultan imprescindibles, pero los concejales no son funcionarios. Por supuesto que las administraciones deben informar de lo que se tramita, pero los concejales no son mensajeros. Así pues, que el alcalde use la expresión “matar al mensajero” para referirse al comunicado de la Junta Central de Fiestas criticando las palabras de Cate Hernández, es confundir churras con merinas, una vez más.

La expresión es utilizada para defender la función que desempeñan los profesionales del periodismo frente al poder político cuando este les achaca haber tergiversado o manipulado alguna declaración. En el caso que nos ocupa, la portavoz verde es dueña de sus palabras, debe transmitir de manera veraz y clara el mensaje de los gobernantes y, encima, tiene potestad ejecutiva sobre los documentos y actuaciones que comenta. Así pues, de ella depende discernir cuándo puede resultar contraproducente hablar de un tema porque pueda generar efectos no deseados, asumiendo las posibles consecuencias. En el asunto de la prohibición a los Maseros parece que pretender ser transparente ha podido generar más perjuicios e inconvenientes que ventajas. Ojalá el mismo criterio de transparencia se aplicara a todos los ámbitos de la gestión municipal, cosa que no ocurre en absoluto.

Los verdes (partido político, no escuadra festera) deberían entender que la política significa dialogar para llegar a consensos y facilitar la convivencia, sin sectarismos. Evitar los enfrentamientos entre ciudadanos, haciendo compatibles los derechos y las libertades de todos. Ser coherente, íntegro y justo, no solo parecerlo, considerando tan importante las formas como el fondo.

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